Que a nadie le apetece cumplir con
el fisco es una máxima, aunque tópica, bastante verosímil
que depende de la ética y la conciencia ciudadana del sujeto
físico o jurídico del que se trate. Sin embargo, y esta sí
que debería ser una máxima de cabecera, pagar impuestos no
sólo es necesario, sino también justo. La Constitución
impone una serie de límites en lo relativo a la facultad
recaudatoria propia de las administraciones. En el caso de
las Autonomías, por ejemplo, han de respetar la reserva de
ley de los elementos esenciales del tributo, tendrán que
seguir el principio de territorialidad, no podrán crear
tributos aduaneros y tendrán que evitar la existencia
privilegios económicos y sociales, así como respetar el
principio de solidaridad con respecto al resto de
autonomías. El sistema tributario español se basa, por otra
parte, en los principios de igualdad y generalidad (todos
deberíamos ser iguales a la hora de pagar); de capacidad
económica; de progresividad de no confiscatoriedad y de
legalidad. El Estado en su más amplia extensión es los
protagonistas de la actividad financiera, que tiene como
objeto la realización de gastos públicos encaminados a
satisfacer “el bien común”. Para realizar estos objetivos el
estado necesita unos ingresos que se obtienen sobre todo a
través de los tributos. No hay más. Si uno quiere
carreteras, servicios sanitarios, Educación... debe pagar
impuestos. El proceso de reforma del REF ceutí y su encaje
solidario con el resto de los españoles (no dejar de pagar
demasiado para que paguen los demás por nosotros) y las
críticas reiteradas de la oposición a una supuesta
“voracidad” de la Ciudad mantienen el asunto de los
impuestos en candelero constante. Ni UDCE-IU ni el PSOE ni
nadie deberían volver a caer en el error, que alguna vez han
rozado o incurrido de lleno, de promover la insumisión
fiscal. El objetivo debe ser, aquí también, un gran acuerdo
para que todos sigan aportando en la medida de sus
obligaciones y sus posibilidades como dictan los principios
constitucionales.
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