Mientras medio mundo come sin
tener hambre, bebe sin tener sed y habla sin tener nada que
decir; el otro medio ayuna, porque no tiene pan que llevarse
a la boca, ni agua para refrescarse los labios y se calla
teniendo mucho que denunciar. Son las contrariedades humanas
con las que, por desgracia, nos hemos acostumbrado a
convivir, cuando debieran alentarnos socialmente y los
obstáculos engrandecernos por mera humanidad. Erradicar el
hambre como fomentar una alimentación sana y suficiente,
requiere de unos métodos educacionales y de unas acciones
éticas que permitan una explotación respetuosa de los
recursos. Si el derecho a la alimentación es un derecho
primario que sustenta el derecho a la vida; tampoco es
baladí la prevención a la obesidad, que respalda el derecho
a la salud, promoviendo el consumo de los alimentos sanos,
favoreciendo su accesibilidad y la información sobre los
mismos.
Se sabe que acabar con el hambre en el mundo no es una
utopía. Tampoco lo es el reducir los riesgos de las
enfermedades transmitidas o vehiculadas por los alimentos e
invertir la tendencia de la obesidad. Hay que pasar del
debate a la voluntad de acción. Querer es poder. De nada
sirve el “posible desvelo” por la situación del hambre en el
mundo, agravada por la crisis alimentaria y financiera, que
siga siendo tema de permanente discusión en los diversos
organismos de las Naciones Unidas, sino hay una verdadera
gesta moral para atajar el problema. Lo mismo que sucede con
la hambruna en el orbe pasa con el creciente número de
personas obesas. Por eso, considero una buena noticia que se
diseñen conjuntamente acciones para promocionar una
alimentación saludable. Éste es uno de los objetivos del
acuerdo firmado recientemente entre los ministerios
españoles de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino (MARM) y
Sanidad y Consumo para promocionar una alimentación sana,
equilibrada y variada, aprovechando las uniones entre ambos
departamentos. Se trata de identificar líneas de interés
común en la promoción alimentaria, así como optimizar los
recursos que cada una de las entidades tiene destinados a la
promoción de alimentos.
Hambre y abundancia, en cualquier caso, son los frutos de la
insolidaridad y de la nula cooperación entre naciones, del
desinterés por el bien de los demás, de los fenómenos
especulativos que dejan a poblaciones al margen de los
procesos de desarrollo. También las personas obesas quedan
excluidas en una sociedad que premia lo físico. Hay estudios
que lo refrendan. José M. Labeaga, en un trabajo realizado
el pasado año para el Observatorio de la Obesidad, dice:
“disfrutan de menores salarios y presentan menores tasas de
participación laboral que las personas con normopeso”. Está
visto, pues, que los modelos de vida consumistas trastocan
la moderación, desequilibran y acrecientan la brecha de la
marginación. La receta de Rousseau puede servirnos, al
menos, como reflexión: “Donde quiera que veáis la moderación
sin tristeza, la concordia sin esclavitud, la abundancia sin
profusión, decid confiadamente; es un ser venturoso el que
aquí manda”. Al final, el hambre mata pero la hartura
revienta el corazón. Conviene tenerlo en cuenta.
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