Un señorito está malo por comer
unas patatas, ¡quién le mandaría a él comer cosas tan
baratas”. Verán y me explico, por consiguiente: no soy un
señoritingo pero me pirra la tortilla española, con doradas
patatines, cebollina bien picada y, sobre todo, huevos,
¡muchos huevos!. La tortilla, española, me sienta siempre de
puta madre pero lo que estos días dio con mis huesos en la
cama fue una neumonía (pulmonía, vamos) caballuna, de la que
aun estoy convaleciente. Tan fuerte la jodía, que me ha
impedido atender el compromiso diario de estos años -y los
que te rondaré, morena- en este periódico suyo, respetables
lectores y mío también, con el permiso naturalmente de la
autoridad oportuna, léase Editor.
Tumbado en el mullido tálamo, inactivo, calentito y tomando
a buchitos sopitas caseras cocinadas con cariño, tiene uno
tiempo y sitio para meditar sobre lo humano y lo divino,
recordando aquella pegadiza cancioncilla que da pie al
titular de hoy: “Salud, dinero y amor”. Por ese orden: con
salud se lleva todo “palante”, el dinero en cantidad
suficiente -sin avaricia, que rompe el saco- engrasa bien
las cuitas cotidianas y, en fin, nos quedaría el amor como
vértice de la pirámide. ¿Qué soy poco romántico…?. No crean,
no se me equivoquen; soy aun, por fortuna, la
suficientemente estúpido para enamorarme pero también lo
suficiente realista para saber que, cuando los problemas
entran por la puerta, los amoríos suelen saltar por la
ventana. Digo.
Sobre Marruecos se acumulan las noticias… y sobre Ceuta y
Melilla también. Anteayer, una amiga periodista del
prestigioso semanario “Tel Quel” con sede en Casablanca, Zoé,
me telefoneaba para contrastar algunos datos antes de
publicar un trabajo en curso de redacción sobre la
sugerencia del Consejo Económico y Social de Ceuta para
gestionar la entrada, en la ciudad querida, de ciudadanos
marroquíes sin ningún tipo de visado, algo que está dando
bastante que hablar en el vecino país, donde algunos medios
partidistas señalan demagógicamente y sin ningún rubor el
declive económico, a su juicio terminal, que se estaría
viviendo presuntamente en “los presidios” (sic). Desde luego
la situación económica es mala, muy mala incluso para qué
engañarnos, pero como suele decirse “cree el ladrón que
todos son de su condición”. Y ayer, en Ceuta, un amigo que
estimo en lo que vale (pruebas me ha dado de ello) me
recordaba una columna del año 2008 en la que, perdonen la
pedantería pero la falsa modestia me la trae al pairo,
apuntaba los problemas que estaba dando en el Reino de
Marruecos la creciente presencia de la República Islámica de
Irán, adelantando de alguna forma lo acontecido hace días:
la ruptura de relaciones diplomáticas, a iniciativa de
Rabat, con el infumable régimen islamo-fascista de los
ayatollâhs. Sobre ello les escribiré mañana. ¿Y de Ceuta,
algo más…?. Pues sí: llama mi atención tanto la
interpretación étnica, por parte de un conocido líder
político local, del lamentable accidente del Príncipe en el
que falleció, electrocutado, un joven marroquí, como la
falta de reflejos y el seguidismo mediático del periodista
que está a su vera, siempre a la verita suya. También, no se
preocupen, me meteré un día de estos en ese charco con el
criterio que llevo en el mascarón de proa, ya saben: las
cosas claras y el chocolate oscuro. Y cuídense: “Hasta el
cuarenta de mayo no te quites el sayo”. Se lo digo yo.
Visto.
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