Su paso por Ceuta fue fugaz, como el de un velocista. Vino
en marzo de 2008 para marcharse a la reserva en octubre. En
esta ciudad concluyó su periplo en la vida militar activa,
siendo general de Brigada y segundo jefe de la Comandancia
General. En él recayó el peso de la instrucción de las
unidades.
El día en el que Jorge Viñé tomó el mando, Vidal de Loño,
comandante general, le presentó ante los medios, autoridades
y público asistente como un corajudo fondista subcampeón de
la carrera militar de 100 kilómetros de distancia. Ahora
vuelve a Ceuta, y esta tarde ofrecerá en el Casino Militar
una conferencia que lleva por título, ‘El entrenamiento
silencioso en los campeonatos del mundo de 100 kilómetros’.
Su cometido será explicar al respetable los ejercicios que
se cocinan en la antesala de una carrera que para la mayoría
suena a épica: cómo conseguir mentalizar al cuerpo y al
cerebro de que se va a cubrir un trayecto de 100 kilómetros
en menos de nueve horas. Es decir, conseguir llegar de Cádiz
a Tarifa en nueve horas, las mismas que usted pasaría en un
autobús si quisiera ir de Cádiz a Alicante. “Se anda con los
músculos, se corre con los pulmones, se galopa con el
corazón, se resiste con el estómago y se llega a la meta con
el corazón”, se dice siempre Viñé a sí mismo antes de
calzarse las deportivas. Nueves horas de sudor en las que ni
siquiera para uno para orinar. “Los líquidos se expulsan con
el sudor”.
Corría el año 1983. Viñé era entonces capitán de la Escuela
de Educación Física, en Toledo. Tenía 32 años. Le
seleccionaron para el equipo nacional. Había que correr la
prueba de Biel, región suiza donde se completa anualmente
esta sacrificada competición. Al año siguiente, en el 84,
con 33 años, consiguió la medalla de plata, con un registro
de nueve horas y siete minutos. Esta prueba militar se
realiza en patrulla, es decir, con un compañero. Fue la
pareja suiza quien se impuso, con un tiempo que Viñé ya no
alcanza a recordar. El general de brigada da las claves
humanas de cómo abarcar un recorrido inhumano de 100
kilómetros. “Hay que tener un orden en la vida: estar bien
alimentado, exigir los nutrientes adecuados, dormir ocho
horas al día y tener cierta edad”, resume. “El fondista
consigue sus mejores resultados a una edad más tardía que el
velocista. La velocidad es una cualidad innata que se pierde
con los años; sin embargo, la cualidad física aumenta con la
edad. Las fibras rojas, las lentas, se mejoran mucho con el
entrenamiento, por eso con una cierta edad se mejoran mucho
las cargas o volúmenes de entrenamiento”. En el año 85 Viñé
volvió a participar, por última vez, en la ultramaratón de
100 kilómetros. La temporada siguiente regresó, pero ya como
entrenador y jefe del equipo. Una de sus recetas consiste en
bajar el volumen de entrenamiento las semanas previas a una
gran competición. “Nunca se llega a cubrir los 100
kilómetros. Sí que algunas semanas se cubren 60 ó 70
kilómetros, pero lo normal son enrtenamientos de entre 2 y 4
horas diarias, contando el calentamiento, la actividad y el
masaje posterior”.
A pesar de sus nueve horas y siete minutos, hay gente que ha
conseguido rebasar esta marca. El récord de una prueba
militar individual (en la que se corre con ropa de
instrucción) lo tiene el capitán Cólera, en 1991. El español
hizo siete horas y 31 minutos. Más de una década después, el
español Parejo sorprendió a todos con una marca inferor a
las siete horas. Fue en 2005, y lo hizo corriendo con ropa
deportiva. “Los españoles hemos tomado la hegemonía en esta
ultramaratón”, confiesa Viñé, que en la tarde de hoy (20.00
horas) ofrecerá una conferencia en el Casino Militar en la
que abundará en esta materia.
El general es ahora asesor del director general del Ceseden,
Rafael Sánchez-Barriga, en Madrid. Viñé recuerda su
ejercicio diario de mantenimiento en Ceuta, al que destinaba
al menos una hora. Para hacer carreras en terreno llano,
Benzú ida y vuelta; para ejercicios más voluminosos, el
Monte Hacho o el pantano. Si quieren más trucos, cuaderno y
boli esta tarde.
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