El poder desgasta, pero desgasta
sobre todo al que no lo tiene. Es quizá la cita más lograda
de cuantas se han hecho sobre este asunto. Si bien quien
permanece muchos años mandando puede sorprendernos un día
con su carácter dictatorial. Es el peligro a que nos
exponemos cuando un político se eterniza en el cargo, aunque
sea por elección democrática.
Creo que fue George Washington, primer presidente de
los Estados Unidos, quien, aunque pasaba por una merma de
popularidad presidencial, fue elegido por tercera vez para
ocupar el poder, pero se negó tajantemente. Y lo hizo, según
dicen, porque le frenaba el miedo a la tentación dictatorial
que ya se reconocía.
Pues ser el preferido de una mayoría en las urnas, y qué
decir si es como las conseguidas hasta ahora por Juan
Vivas en esta ciudad, es motivo suficiente para
desvanecerse de vanidad y sentir el deseo de acometer
empresas sin tener por qué someterlas a la opinión de una
oposición, en quien manda el despecho originado por el éxito
del adversario y lo rumia con encono.
Pero el Presidente de la Ciudad, cuyos defectos podría
exponer sin temor a equivocarme -defectos de humano, desde
luego-, es hombre que aún no está ensoberbecido e intoxicado
por la adulación; ni mucho menos emborrachado de aplausos.
Podría decirse de él que todavía no está atacado por el mal
de altura. Y que, por tanto, no es un enfermo del poder. Y
lo confirma el que no haya dado ni una sola prueba de
venganza contra sus enemigos; o sea, contra quienes le
insultan a cada paso porque sí.
Ni tampoco se ha convertido en alguien taciturno o distante.
Porque es palpable que sigue siendo tan accesible como
cálido. No es extraño, pues, que su convivencia con el
delegado del Gobierno, José Fernández Chacón, otro
hombre de buen talante, sea un ejemplo de cómo los intereses
de Ceuta están por encima de los intereses partidistas.
No obstante, donde más destaca el dominio que el presidente
tiene sobre sí mismo, a fin de que no le afecte el vértigo
que produce sentirse poderoso, es en el trato que dispensa a
los señores que tienen interés en crear conflictos donde no
los hay o siguen empeñados en agravar los que aún no se han
extinguido. Con tanta contumacia como incapaces de darse
cuenta de que se emplean con actitudes contraproducentes
para la ciudad. Me estoy refiriendo a los políticos
localistas. Tan suyos siempre. Gentes de cercanías, escasas
de horizontes y que suelen valorar más los territorios que
las personas.
El último hecho de cuanto venimos diciendo de Juan Vivas, ha
sido la reunión que ha mantenido con los secretarios
generales de dos sindicatos: UGT y CCOO. Para consultarles
sobre el proyecto de la nueva cárcel. Cuando bien podría el
presidente haberse pasado esa consulta por el forro, y a
vivir que son dos días mal contados.
Y el resultado de esa conversación sobre la cárcel ha vuelto
a poner de manifiesto que mientras Antonio Gil ha
entendido el mensaje, porque no vive obcecado con nada, el
otro, Juan Luis Aróstegui, ha dejado entrever que
atentará contra el proyecto. Con el único fin de soliviantar
a parte de la ciudad. Para así seguir ejerciendo de
reventador profesional. Que es lo suyo. Y lo que mejor sabe
hacer sin tomarse el menor respiro. Está comprobado que los
tontos no descansan ni siquiera un día.
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