Margari, de cuerpo pequeño, cansado por tantos años de
lucha, se abrocha el abrigo, el mismo desde hace muchos
años, y agarra el asa del carrito de la compra. Como
siempre, va liviano, está vacío. Con gran amor de madre,
piensa en sus hijos. Por distintos avatares, la vida no les
ha sonreído. Ya son adultos, ellos también tienen hijos,
pero haber vivido deprisa la juventud les ha llevado a no
tener preparación ni trabajo estable. Sus respectivas
parejas se han deshecho y quedan niños desubicados. El
dinero no llega para todo lo que es necesario. Con apenas
una pensión ínfima, tiene que sobrevivir y cuidar de varios
nietos. Lo hace en una casa que, poco a poco, ha ido
perdiendo su identidad. Los objetos de algún valor han
desaparecido. Ya no están. Seguramente se canjearon hace
años por una dosis de falsa felicidad. Margari va por la
calle, con ropa antigua, zapatillas en vez de zapatos,
aunque bien peinada. Podrá pasar necesidad, calamidad, pero
soportándolo con gran dignidad, con la única pregunta de si
se merece vivir así después de tantos sacrificios en su
juventud y madurez. Una imperceptible lágrima resbala por su
mejilla. No puede dejar de pensar en sus nietos, esas
criaturitas inocentes que día a día van creciendo en un
ambiente de desarraigo, faltos de padre y madre que, de
alguna manera, se desentienden de ellos, aunque se ven de
vez en cuando. ¡Corre, Margari! ¡Corre!, dice para sus
adentros. No puede llegar tarde, hoy no. Aprieta el paso y
conforme se aproxima a su destino, va cambiando su tristeza
en angustia. No lo puede evitar. Siempre se le forma un nudo
en la garganta cuando está a punto de llegar. Ya está, ha
llegado. María, después de saludar al Cristo de la Buena
Muerte y a la Virgen María, baja unos pocos metros de la
calle Teniente Arrabal y entra por una puerta pequeña. Ha
venido a tiempo. Allí están los responsables de Caritas,
llenos de amabilidad, con una eterna sonrisa, aportando
calor humano a los necesitados, a los conocidos y a los
desconocidos. Allí no se pregunta, se comparte el gran amor
que el Señor ha puesto en sus corazones y que ellos sienten
necesidad de devolver a los demás. María ha llenado su
carrito de la compra. No hay lujos, no hay caprichos, son
alimentos básicos para subsistir, pero lleva algo más, algo
grande que no cabe ni en cien carros de compra. Se lleva
alivio. Cuando sube la calle Teniente Arrabal, vuelve a
pasar delante de la Virgen. Se detiene un instante, acaricia
los azulejos y besa sus pies. Instantes después, ante el
Cristo, apenas llega de puntillas para rozar sus imagen con
la mano estirada. Con una sonrisa, se santigua y reza una
breve oración: gracias, Señor. (Dedicado a todas las
personas de Caritas)
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