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OPINIÓN - SÁBADO, 7 DE MARZO DE 2009

 
OPINIÓN / CARTAS AL DIRECTOR

Gracias

Por Francisco Rodríguez Amor


Margari, de cuerpo pequeño, cansado por tantos años de lucha, se abrocha el abrigo, el mismo desde hace muchos años, y agarra el asa del carrito de la compra. Como siempre, va liviano, está vacío. Con gran amor de madre, piensa en sus hijos. Por distintos avatares, la vida no les ha sonreído. Ya son adultos, ellos también tienen hijos, pero haber vivido deprisa la juventud les ha llevado a no tener preparación ni trabajo estable. Sus respectivas parejas se han deshecho y quedan niños desubicados. El dinero no llega para todo lo que es necesario. Con apenas una pensión ínfima, tiene que sobrevivir y cuidar de varios nietos. Lo hace en una casa que, poco a poco, ha ido perdiendo su identidad. Los objetos de algún valor han desaparecido. Ya no están. Seguramente se canjearon hace años por una dosis de falsa felicidad. Margari va por la calle, con ropa antigua, zapatillas en vez de zapatos, aunque bien peinada. Podrá pasar necesidad, calamidad, pero soportándolo con gran dignidad, con la única pregunta de si se merece vivir así después de tantos sacrificios en su juventud y madurez. Una imperceptible lágrima resbala por su mejilla. No puede dejar de pensar en sus nietos, esas criaturitas inocentes que día a día van creciendo en un ambiente de desarraigo, faltos de padre y madre que, de alguna manera, se desentienden de ellos, aunque se ven de vez en cuando. ¡Corre, Margari! ¡Corre!, dice para sus adentros. No puede llegar tarde, hoy no. Aprieta el paso y conforme se aproxima a su destino, va cambiando su tristeza en angustia. No lo puede evitar. Siempre se le forma un nudo en la garganta cuando está a punto de llegar. Ya está, ha llegado. María, después de saludar al Cristo de la Buena Muerte y a la Virgen María, baja unos pocos metros de la calle Teniente Arrabal y entra por una puerta pequeña. Ha venido a tiempo. Allí están los responsables de Caritas, llenos de amabilidad, con una eterna sonrisa, aportando calor humano a los necesitados, a los conocidos y a los desconocidos. Allí no se pregunta, se comparte el gran amor que el Señor ha puesto en sus corazones y que ellos sienten necesidad de devolver a los demás. María ha llenado su carrito de la compra. No hay lujos, no hay caprichos, son alimentos básicos para subsistir, pero lleva algo más, algo grande que no cabe ni en cien carros de compra. Se lleva alivio. Cuando sube la calle Teniente Arrabal, vuelve a pasar delante de la Virgen. Se detiene un instante, acaricia los azulejos y besa sus pies. Instantes después, ante el Cristo, apenas llega de puntillas para rozar sus imagen con la mano estirada. Con una sonrisa, se santigua y reza una breve oración: gracias, Señor. (Dedicado a todas las personas de Caritas)
 

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