No deja de ser chocante que en
esta época del año y desde cierto sector de la Iglesia, la
que se dice católica, haya algún obispo, italiano por más
señas, que recomienda, como un sacrificio más, entrar en una
abstinencia tecnológica.
Recuerdo el término, desde que era muy pequeño, abstinencia
y que entonces me sonaba a algo que estaba en el camino del
pecado.
No sabía por donde, pero sí que ese término impedía, o
trataba de impedir algo que, posiblemente, apeteciera a
ciertas personas.
Así, pues, entonces se nos hablaba de la abstinencia,
juntamente con el ayuno, de comer carne en determinadas
fechas. Poca falta hacía aquella recomendación, en aquellos
años, en los que ciertos sectores de la población veían la
carne, si acaso, el día de la fiesta del pueblo, con lo que
al seguir, a rajatabla, aquella recomendación para los
viernes, no sé si de cuaresma o de todo el año, ya te
quitabas el peso del “pecado”, pero te quedaba el hambre
para aquel día y para los siguientes.
Simultáneamente con este tipo de abstinencia, a la que se
unía, a veces, el ayuno, ha habido y hay quien obedecía ese
mandato, otras recomendaciones empujaban a abstenerse de
ciertas apetencias, casi siempre carnales.
Estas recomendaciones, muy generalizadas, casi siempre
partieron de personas mayores que, por su edad, su organismo
no le estaba reclamando “demasiada juerga”. Porque, que yo
sepa, nunca ha venido este tipo de recomendación hecho por
una mujer de treinta años o por un hombre de esa edad o más
joven.
Eran estas recomendaciones el típico caso de la hipocresía y
la doble vida que tanto se protegió y que la propia Iglesia
no abordó con dureza en ningún momento.
Una cosa era lo que se decía y otra lo que se hacía o lo
que, en su fuero interno, pensaba que se podía hacer.
Ni que decir tiene que, dentro de la propia Iglesia, aunque
fuera con dispensas pagadas, la abstinencia de comer carne
se dejaba de lado, en muchos casos. La abstinencia de lo
otro, no se atrevió jamás la Iglesia a ponerla como
practicable, a cambio de unas pesetas.
Pues bien, como el tiempo pasa, corre y avanza, ahora nos
salen con la abstinencia tecnológica, para ciertos días y en
ciertas circunstancias, y que consistiría en dejar de mandar
mensajes o hablar por el teléfono móvil, especialmente. Una
auténtica chorrada. Y es hora de preguntarle al monseñor que
en Italia acaba de hacer esta recomendación, que en qué va a
mejorar o a empeorar el mundo o la conducta de una persona
poniendo tres mensajes o dejando de poner siete un día. Creo
que es una recomendación ad absurdum y sin sentido para
nadie.
Quienes hacemos uso, a diario, y muchas veces al día, del
teléfono móvil, como es mi caso, ni poniendo cinco mensajes
un día, ni tampoco dejándolos de poner, vamos a lograr la
gloria, ni nos vamos, por ello, a condenar a perpetuidad.
Hace ya unos días, cuando escribía sobre el entierro de la
caballa, apuntaba a encuentros entre lo puramente religioso
y lo profano. Hasta ese momento era lo que venía trayendo la
tradición, pero ahora, la Iglesia, parte, por delante nos
recomienda abstenernos de hacer uso del móvil. Aunque
parezca mentira, los que se han creído muy cerca de Dios,
siempre estuvieron demasiado alejados de los hombres.
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