Hay días en los que uno es capaz
de ponerse a tirar la casa por la ventana. Hoy viernes,
cuando estoy escribiendo, es uno de ellos. Y no porque me
haya tocado la Lotería Nacional, sino porque me ha sucedido
algo que me lleva embebido en la muleta de la alegría. Así
que he de confesarles que estoy metido en una burbuja de lo
festivo que me niego a abandonar.
Si bien, a estas horas, cinco de la tarde, cuando estoy
frente al ordenador, trato de contener un poco mi felicidad
no vaya a ser que el diablo, siempre atento a chafar
momentos de dicha, se fije en mí y me haga una de las
trastadas tan habituales que suelen hacer los demonios. Pero
tampoco es cosa de tenerle miedo al miedo.
Debo decir, pues, que a prima mañana recibí una noticia que
me hizo saltar de gozo. Gritar hurras. Y regalarme
¡albricias! Durante un buen rato. Y luego, con el entusiasmo
recorriéndome las arterias, me encaminé hacia el Salón del
Trono del Ayuntamiento, todo festivo y dispuesto a disfrutar
de la entrega del Premio María de Eza a su ganadora:
María Antonia Palomo.
Antes de continuar, me van a permitir que les diga que la
enorme alegría que me embarga es porque alguien muy querido
por mí ha logrado salvar un duro trance y yo soy incapaz de
controlar el repique de mis campanas interiores. Y con ese
sonido vivo, alegre y marchoso, allá que me encajé en el
llamado pomposamente Palacio de la Asamblea.
El salón del Trono está abarrotado. Un lleno hasta la
bandera que bien merece la señora premiada. El acto
transcurre con orden y con un ritmo que mantiene a raya a
los inoportunos bostezos. La anécdota del acontecimiento la
pone Mabel Deu, la consejera de Cultura, porque el
mal tiempo reinante le impide llegar de Madrid a Ceuta a la
hora prevista.
De modo que su lugar lo ocupa Yolanda Bel. Que habla
y habla, desde el atril, sin apenas mirar las cuartillas y
con una agilidad pasmosa. El día en el cual la portavoz del
Gobierno consiga aminorar de palabras vanas su elocuencia,
se habrá con vertido en una oradora de postín. Aún así, se
le nota una mejora evidente cuando discursea.
Beatriz Palomo conduce el acto del María de Eza con la
habilidad que le caracteriza. Y a mí se me ocurre decirle,
delante de su marido, que ese ritmo tan peculiar que imprime
a sus actuaciones con el micrófono, es el causante de que un
sosiego extraordinario le haya inundado el rostro de una
satisfacción que resulta atractiva. Y a ella, a Beatriz, le
entra la risa floja y no sabe si darme las gracias o ponerme
un cero en conducta.
La que no tiene dudas en demostrarme su afecto es María
Antonia Palomo. La señora premiada. Y yo me dejo querer.
Faltaría más. Sobre todo en un día tan sumamente importante
para ella. Un día donde estoy obligado a referirme otra vez
a la planta quinta del Hotel Tryp. Porque en ella se sirve
la cuchipanda adecuada y se forman corrillos.
Confieso que he participado en varios. Y que me ha sido
posible pegar la hebra, por vez primera, con el comandante
general, Vidal de Loño. A quien le he dicho que me
gustaría entrevistarle, cosa que no hago ya hace tiempo, con
el fin de que vaya pidiendo el permiso correspondiente. Y,
en vista de que es tan amable, seguro que hará lo imposible
por obtenerlo. Juan Vivas estuvo superior.
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