Han pasado ya los tiempos en los
que cuando se hablaba de construir una cárcel en cualquier
comarca, en los pueblos de alrededor se armaba la
marimorena. Y sus habitantes hacían gala de sentirse
menospreciados por ser sus tierras objeto de semejante
afrenta y vergüenza. Todo un escarnio que nadie estaba
dispuesto a consentir.
Y, claro, los vecinos de aquellos pueblos se concentraban
todos los días y fiestas de guardar, bien demostrando su
enfado con una cacerolada, o cortando la circulación en las
carreteras cercanas, y dejándose ver ante las cámaras de
televisión con los rostros congestionados y embargados por
el histerismo colectivo.
En El Bosque del Leñador, por poner un ejemplo, el alcalde a
voz en cuello decía: no vamos a permitir que nuestra
historia sea ultrajada porque alguien se haya encaprichado
en construir aquí una cárcel. Eso sería un borrón para el
pueblo. Una mancha negra que haría revolverse en sus tumbas
a nuestros antepasados.
Y los vecinos, situados alrededor del monterilla, jaleaban
las palabras de éste y, además, respondían: ¡Cárcel, no;
cárcel, no!... Y así, un día y otro, los de El Bosque del
Leñador, y otras poblaciones pertenecientes a la comarca, se
dejaban ver en todos los telediarios.
Actualmente, el pedazo más grande de la tarta de las
cárceles se lo están llevando los municipios que, tras
abandonar los prejuicios convertidos en dogma, luchan
denodadamente porque su término sea agraciado por la
Sociedad Estatal de Infraestructura y equipamientos
Penitenciarios (SIEP). Y ofrecen sus terrenos rústicos para
convertir la comarca en una zona donde la riqueza carcelaria
pueda aflorar por medio de efectos directos e indirectos.
Las construcciones de cárceles, según están previstas hasta
el 2012, generarán un río de dinero que no debe ser
desaprovechado por ningún sitio que haya sido elegido por
contar con los terrenos exigibles. Y, desde luego, bien
harían sus autoridades en no echarse para atrás por mor de
los bramidos desagradables de los reventadores profesionales
de cuantos cambios deban producirse en cualquier tierra.
Los reventadores profesionales en esta ciudad son muy
conocidos. Son pocos y dirigidos por el obcecado secretario
general de CCOO. Quien parece haber ganado para su causa a
todo un diputado del PP que ha decido en este caso, es
decir, en el de la construcción de la cárcel, centrar su
mirada sólo en los inconvenientes que puedan derivarse de
ella. Olvidándose de que cada mejora los tiene. Y, a su vez,
ocultando los muchos beneficios que se obtienen desde que se
coloca el primer ladrillo. Haciendo uso de esa costumbre tan
manida que tienen algunos de no sólo tomar el rábano de sus
opiniones por las hojas, sino de negar que exista algo más
que hojas.
Los beneficios de la cárcel son innumerables. Mas este
espacio no es el más adecuado para enumerarlos ni para
ofrecer datos y cifras. Porque es tarea de los informadores.
Quienes deberían interesarse por un asunto de suma
importancia para esta ciudad. Aclarando: Francisco
Antonio González, siempre atento a poner los puntos
sobre las íes en cuanto concierne a Ceuta, por ser diputado,
esta vez, además de meter la pata por darle voz y cobijo en
el tema a un sindicalista que parece Don Quintín el amargao,
ha jugado sus cartas sobre la cárcel de manera que da que
pensar... ¡Uf!
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