Alguien, cuyo nombre no recuerdo,
dijo en su momento que progresista generalmente lo es todo
el mundo, pues nadie quiere volver a la lavativa y a la
sangría, pero curiosamente ahora sólo los que llevan barba
se creen en posesión de la verdad.
Cierto es que la moda de la barba, como símbolo de progreso
político y social, fue decayendo en la medida que aumentaba
el inventarse todas las palabrejas del mundo para no decir
España, ¡lagarto, lagarto!, cuando tocaba referirse a ella.
Así que uno leía y oía en los veranos de fuegos
mayoritariamente intencionados, pues provocados lo son
todos, que había “incendios por toda la geografía nacional”.
Y es que decir España parecía como nombrar la soga en casa
del ahorcado.
Menos mal que también de este horrendo sarampión fuimos
saliendo, aunque aún queden muchos progresistas renuentes a
dar su brazo torcer, para precipitarnos en hacer trizas el
uso lingüístico que tiene decidido la indistinción de los
géneros, pues lo que se emplea en la expresión es el
significante propio del masculino.
“Así, en los padres, los reyes, los hombres se significa la
fusión de ambos géneros (esto es, el padre y la madre, el
rey y la reina, los hombres y las mujeres...)”. Pero lo
políticamente correcto, no lo gramatical, aconseja decir
ciudadanos y ciudadanas, verbigracia.
Y cualquiera se opone a semejante despilfarro de palabras.
Pues sigo recordando el repaso que le dieron a Luis
Parodi -por cierto, que escribe bien-, por meter las
narices en ese asunto. Aunque, todo hay que decirlo, no lo
enfocó de la mejor manera.
José Antonio Carracao es un político progresista que
sólo se dejó la barba para celebrar el nacimiento de su
hija, según creo que le oí decir entonces. E hizo bien. En
afeitársela, claro. Ya que la barba le quitaba frescura a su
indudable juventud. Pues tiempo tendrá de hartarse de ser
persona mayor.
El secretario general de los socialistas de Ceuta, desde que
el Gobierno de la Nación creyó conveniente referirse a
España sin complejos, también se ha olvidado de hablarnos de
la “geografía nacional”; pero insiste mucho en lo de este
país. Y, sobre todo, repite incansablemente lo de ciudadanos
y ciudadanas. Lo cual está muy bien, pero a veces desentona
(a propósito: quien escribe no tiene ni un adarme de
misoginia. Por si acaso, alguna fémina cae en la tentación
de atacarme por retambufa).
José Antonio Carracao desentonó el martes pasado, cuando,
poniendo como ejemplo al País Vasco, y al triunfo destacado
y necesario de Patxi López, declaró que el deseo de
cambio habido en la sociedad vasca, expresado en las urnas,
es el mismo deseo de cambio que empieza a vislumbrarse en
Ceuta. “Donde los ciudadanos y ciudadanas están cada vez más
cansados de los comportamientos déspotas y autócratas de
algunos miembros del Gobierno local”. Y erró.
Porque precisamente las ciudadanas ceutíes son las que más
votan a Juan Vivas. Son las mujeres las que hablan y
no acaban de que tienen un presidente que, aunque bajito, lo
cual es una condición, es tan grande en todo lo demás como
en cuerpo lo es cualquier pívot. Y las ciudadanas, estimado
José Antonio, influyen muchísimo en el voto de los
ciudadanos. De modo que en esta ciudad el único cambio que
se espera es que un padre de la patria, ciertamente
desgastado, deje ya su sitio a otro compañero del PP.
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