Son los preceptos que han establecido. Desconozco, si para
Ceuta o en el ámbito nacional e internacional, mundial.
Proceder que dudo. Por si acaso, aviso a los navegantes: si
acude a M’acdonal, en Pueblo Marinero, vaya provisto de
cambio. Ni se le pase por la cabeza mostrar un billete, por
otra parte de curso legal, de quinientos euros. Allí las
chicas, muy voluntariosas ellas y excelentes profesionales,
ponen el grito en el cielo.
Ocurrió días atrás. Domingo, alrededor de las tres y media
de la tarde. Unos papás visitan tan afamada multinacional,
acompañando a sus hijos de corta edad. Lleva a la práctica
el pedido, hamburguesas, patatitas, Ketchup, refrescos,
helados, total… un par de repletas bandejas que,
discretamente y sin consentimiento superior, habían venido
siendo tímidamente asaltadas por la hambrienta chiquillería.
Llega la hora de la verdad, el trance final y más doloroso.
Aproximadamente cincuenta y tantos del ala. Mano a la
billetera y ¡oh, mon dié!, para responder, un solitario
billete de quinientos euros al que la señorita-cajera al
instante le hace ascos. “No hay cambio” Los nenes, a lo
suyo. A cada descuido, dale que te pego. Criaturitas
tiernas, cariñosas que no entienden la problemática. Y es
que ya se sabe… cuando la barriguita percibe la llamada del
tigre, no hay domador que la apacigüe.
¿Y ahora que hacemos señorita? La réplica: “tráigame el
billete fraccionado”. No resta otra alternativa, habrá que
echarse al monte, salir por los alrededores e intentar
fragmentar el papel. Nada. Misión imposible, aún más
complicada por cuanto se trata de un canje a pelo. Sin
adquirir algo. Eso, unido a la horita… tan intempestiva. De
vuelta al mostrador, la escena se presenta patética
observando a esos adolescentes cachorros que ya empiezan a
requerir el camino de casa y que mamá le ponga encima de la
mesa unos codiciados huevos fritos con patatas. Abundantes
patatas. Ya conocen, esos gruesos tubérculos carnosos muy
feculentos, adheridos en los extremos de raíces cuyas
plantas suelen dar flores blancas o moradas y que
constituyen un alimento para el hombre. Providencialmente
cuando rozamos los finales de mes.
Ante tan desalentador panorama, tratemos de hallar un
desenlace coherente, feliz, ante todo por los zagales. En
este delicado trance, supongo, el cabeza de familia ha de ir
más allá de lo habitual, situarse por encima de lo común,
incentivar la imaginación y, en último extremo sacar de la
chistera lo que el más habilidoso de los prestidigitadores
es capaz de conseguir.
De repente, una acertada mirada nos conduce a un panel
lateral. ¡Ea!, ya está. Ha llegado el momento de las
ofertas. “Señorita:, ¿qué le parece si le confío el billete
a su inmaculada voluntad, le ofrezco el documento nacional
de identidad, toda clase de datos personales y otro día, el
lunes, martes… cuando a usted le parezca adecuado vengo a
rescatar el sobrante?”. La consulta pertinente con la
encargada de turno obtiene otra respuesta contundente,
culminante de la dulce empleada: “imposible, no pude ser. Lo
tenemos prohibido”.
No existe otra salida, ¡ niñooos…….. a casita!.
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