Tengo un conocido con el que es un
placer trabar conversación. Pero a quien salir en los
papeles le produce agorafobia. De ahí que jamás me haya
atrevido a poner su nombre negro sobre blanco. Porque sé que
jamás me lo perdonaría. Y no estoy dispuesto a perder mis
buenas relaciones con quien no sólo aprendo sino que me hace
reír incluso en los momentos donde mi ánimo tiene a la risa
por artículo de lujo.
Mi conocido es hombre muy leído. Pero también ha vivido lo
suyo. Ambas cosas se le nota a la legua, por más que él no
haga alharacas de ellas. Es sentencioso. Y con la ironía se
maneja que es un primor. Tal es así, que en ocasiones tengo
la impresión de que se está quedando conmigo y es entonces
cuando me da por mirarle a los ojos a ver si descubro en su
mirada si está practicando la burla fina conmigo. Pero
entonces me topo con una mirada y un semblante de jugador de
póquer que me deja en blanco.
El martes pasado, dado que mis ánimos necesitaban un
remolque, acudí presto al sitio donde a veces mi conocido
está localizable. Y acerté. Y, nada más verme, lo primero
que me dijo es que el número de mis enemigos ha aumentado en
las últimas semanas. Algo que, según él, me he ganado a
pulso. Porque a ver, Manolo, cómo se te ha ocurrido
salir en defensa de Pedro Gordillo, con la que le
está cayendo encima; y, por si fuera poco, te pones a
festejar que el María de Eza se lo hayan concedido a
María Antonia Palomo: una señora que haga lo que haga
y diga lo que diga siempre estará mal vista en la ciudad.
Mi conocido logró desarmarme en los primeros momentos,
puesto que nunca antes me había hablado de semejante manera.
Con tan mal estilo. Pero a cambio me fue posible descubrir,
en un abrir y cerrar de ojos, que su mirada carecía ya de
esa inexpresividad que impedía intuir a través de ella si lo
que decía le afectaba a él.
Así que de pronto, con una celeridad pasmosa, comprendí que
toda la simpatía que mi conocido había derrochado
habitualmente en nuestros encuentros, parecía agotada. Pues
sus palabras, al referirse al vicepresidente de la Ciudad y
a la ex secretaria general de los socialistas, estaban
preñadas de odio. Con lo cual se quedó sin esa máscara que
tan buen resultado le había dado ante mi presencia, durante
mucho tiempo. Y que le hacía mostrarse como una persona
inteligente, perspicaz, irónica, y que derrochaba sutilezas
en sus ratos de charla conmigo.
Viéndole tan desnudo, es decir, teniendo delante su imagen
real, no la que él había venido fabricándose para hacerme
creer lo que no era, sentí esa lástima que se siente por
quienes quieren pasar por lo que no son. Y que me hacen
preferir a esas otras personas que, aunque etiquetadas como
malas, uno tiene la seguridad de que un día de cada equis
tiempo, al menos, son capaces de tener una acción ejemplar.
Mas ante de despedirme de ese conocido, a quien tal vez
valoré en demasía su forma de comportarse, le dije que no
creía, bajo ningún concepto, tener los enemigos que él me
había atribuido. Porque el asumirlo sería, sin duda, darme
un pote inmerecido. Y que además me horroriza pensar que
entre tantos enemigos que me achacaba, yo sea incapaz de
distinguir ni siquiera a uno con fama bien ganada de pensar
bien. Y es que ni él podría adjudicarse ese mérito. Mi
conocido es un hipócrita en toda regla.
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