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OPINIÓN - MIÉRCOLES, 4 DE MARZO DE 2009

 

OPINIÓN / EL OASIS

Mi conocido
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Tengo un conocido con el que es un placer trabar conversación. Pero a quien salir en los papeles le produce agorafobia. De ahí que jamás me haya atrevido a poner su nombre negro sobre blanco. Porque sé que jamás me lo perdonaría. Y no estoy dispuesto a perder mis buenas relaciones con quien no sólo aprendo sino que me hace reír incluso en los momentos donde mi ánimo tiene a la risa por artículo de lujo.

Mi conocido es hombre muy leído. Pero también ha vivido lo suyo. Ambas cosas se le nota a la legua, por más que él no haga alharacas de ellas. Es sentencioso. Y con la ironía se maneja que es un primor. Tal es así, que en ocasiones tengo la impresión de que se está quedando conmigo y es entonces cuando me da por mirarle a los ojos a ver si descubro en su mirada si está practicando la burla fina conmigo. Pero entonces me topo con una mirada y un semblante de jugador de póquer que me deja en blanco.

El martes pasado, dado que mis ánimos necesitaban un remolque, acudí presto al sitio donde a veces mi conocido está localizable. Y acerté. Y, nada más verme, lo primero que me dijo es que el número de mis enemigos ha aumentado en las últimas semanas. Algo que, según él, me he ganado a pulso. Porque a ver, Manolo, cómo se te ha ocurrido salir en defensa de Pedro Gordillo, con la que le está cayendo encima; y, por si fuera poco, te pones a festejar que el María de Eza se lo hayan concedido a María Antonia Palomo: una señora que haga lo que haga y diga lo que diga siempre estará mal vista en la ciudad.

Mi conocido logró desarmarme en los primeros momentos, puesto que nunca antes me había hablado de semejante manera. Con tan mal estilo. Pero a cambio me fue posible descubrir, en un abrir y cerrar de ojos, que su mirada carecía ya de esa inexpresividad que impedía intuir a través de ella si lo que decía le afectaba a él.

Así que de pronto, con una celeridad pasmosa, comprendí que toda la simpatía que mi conocido había derrochado habitualmente en nuestros encuentros, parecía agotada. Pues sus palabras, al referirse al vicepresidente de la Ciudad y a la ex secretaria general de los socialistas, estaban preñadas de odio. Con lo cual se quedó sin esa máscara que tan buen resultado le había dado ante mi presencia, durante mucho tiempo. Y que le hacía mostrarse como una persona inteligente, perspicaz, irónica, y que derrochaba sutilezas en sus ratos de charla conmigo.

Viéndole tan desnudo, es decir, teniendo delante su imagen real, no la que él había venido fabricándose para hacerme creer lo que no era, sentí esa lástima que se siente por quienes quieren pasar por lo que no son. Y que me hacen preferir a esas otras personas que, aunque etiquetadas como malas, uno tiene la seguridad de que un día de cada equis tiempo, al menos, son capaces de tener una acción ejemplar.

Mas ante de despedirme de ese conocido, a quien tal vez valoré en demasía su forma de comportarse, le dije que no creía, bajo ningún concepto, tener los enemigos que él me había atribuido. Porque el asumirlo sería, sin duda, darme un pote inmerecido. Y que además me horroriza pensar que entre tantos enemigos que me achacaba, yo sea incapaz de distinguir ni siquiera a uno con fama bien ganada de pensar bien. Y es que ni él podría adjudicarse ese mérito. Mi conocido es un hipócrita en toda regla.
 

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