En este poliédrico asunto, una de
cuyas caras atisbábamos ayer, nuestra España tampoco puede
irse de rositas… Porque en lo que criticábamos en esta
columna, le cabe a nuestra país una considerable cuota de
responsabilidad. La presencia musulmana en la Ceuta española
se debe a varias oleadas, fruto de contextos geopolíticos
diferentes: desde los moros mogataces procedentes de Orán,
hasta los alistados en las Fuerzas Regulares durante el
Protectorado, pasando por excombatientes de la Guerra Civil
y refugiados marroquíes (sobre todo en Melilla) tras la
sangrienta “intifada” rifeña a caballo de 1958 y 1959. La
realidad es que hasta la concesión de la plena ciudadanía,
adoptada por el PSOE de Felipe González como condición “sine
quan non” para la entrada en la Unión Europea, los
musulmanes de Ceuta (nuestros moros, en el sentido
mayestático de la palabra y sin otra connotación que la
derivada de la historia y la geografía) fueron tratados como
ciudadanos de segunda categoría, existiendo todavía a día de
hoy implicaciones sociales derivadas de aquel inicuo y burdo
proceder administrativo. Las cosas claras y el chocolate
espeso.
Ciertamente, la comunidad musulmana de Ceuta arrastra un
lastre derivado de sus antecedentes. Tras la cruel Guerra
Incivil, que diría Unamuno, España no fue justa ni leal con
ellos, siendo así en gran parte inicialmente correspondida
cuando al final nuestros musulmanes alcanzaron la plena
ciudadanía. En realidad y salvo el hecho de poder residir en
Ceuta, la “Tarjeta de Estadística” (o la “Chapa de Perro”
como aun dicen en Melilla) era asaz deficitaria. El mero
hecho de querer saltar a la Península significaba la
necesidad de obtener un documento especial; ¿y la atención
sanitaria…?. Por no hablar de las puertas cerradas a la gran
fábrica de trabajo local, la Administración. Todavía a fecha
de hoy, ¿cuántos de nuestros moros están integrados en la
misma?; ¿se corresponden las cifras con la realidad
demográfica y el nivel social?. ¿Cómo es posible, díganme,
que ciudadanos musulmanes que han sido rechazados en ciertas
unidades locales, alcanzan luego una sobresaliente
puntuación al alistarse, por ejemplo, en cuerpos estatales
como la Guardia Civil?. Sí, leen bien, no me pongan cara de
póquer. No, no es fácil ser moro en Ceuta, encorsetado entre
dos mundos, con un pie en cada uno pero mirado de una forma
suspicaz en ambos lados de El Tarajal. Las cosas claras y el
chocolate espeso.
El hecho de haber dejado a una masa de población étnica y
religiosamente diferente a un lado, desintegrada, fue
empujarla de alguna manera al otro lado de El Tarajal a fin
de intentarse ganar la vida. ¿Puede extrañarnos entonces
que, acuciados por la necesidad, sacaran los que no la
tenían (como muchos nacidos en Ceuta aunque no todos,
precisamente el delegado de una conocida asociación cultural
musulmana de ámbito nacional ni tiene ni tan siquiera se le
pasa por la cabeza obtener documentación marroquí) el CIN de
nuestros vecinos…? Sí, hasta hace 25 años empujábamos a los
musulmanes de Ceuta a jugar con dos cartas y, aun ahora, no
acabamos de poner la Pica en Flandes. En síntesis, la torpe
e injusta política seguida por España con los musulmanes de
Ceuta, hasta bien entrada la década de 1980, tampoco ha sido
de recibo. Entonemos el “mea culpa” asumiendo nuestras
responsabilidades sin meter ingenuamente, como los
avestruces, la cabeza bajo el ala. Las cosas claras y el
chocolate espeso. Visto.
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