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OPINIÓN - VIERNES, 27 DE FEBRERO DE 2009

 

OPINIÓN / EL OASIS

Hablando de Ceuta
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Se suscita la conversación sobre Ceuta entre quienes hemos coincidido por casualidad a la hora del aperitivo. Y uno de los participantes, en esa tertulia improvisada, recomienda que leamos un artículo escrito en ‘El Imparcial’ por Víctor Morales Lezcano, cuyo título es ‘Sobrevolando el Estrecho’.

En el cual habla del inmejorable futuro que tienen por delante Ceuta y Melilla como dos realidades históricas que hacen de España un Estado europeo bicontinental. Y es que ambas ciudades, continúa hablando el mismo contertulio, se encuentran situadas en una estratégica posición desde la cual se están haciendo –y se seguirán lanzando- iniciativas de toda suerte que las harán atractivas y codiciables...

Quienes escuchamos atentamente, y con satisfacción lo que se nos está diciendo, prometemos leernos el artículo recomendado en cuanto lleguemos a casa. Pero antes la conversación continúa transcurriendo por los mismos derroteros: es decir, hablando de Ceuta por encima de cualquier otra cuestión. Es lo que tocaba y a fe que no hicimos el menor esfuerzo por apartarnos de esa senda.

Ceuta es una ciudad pequeña con problemas de urbe grande. Escasa de kilómetros, claro que si, pero de una importancia geoestratégica que vuelve a ponerse de relieve, tras una etapa en la cual los había que se jactaban de decir lo contrario. Quien se manifiesta así, recibe el sí de los demás componentes de una reunión que se ha formado de manera imprevista.

Dado que reina la tranquilidad y el sosiego en cada intervención, uno habla de que en Ceuta los prejuicios cristalizan con una dureza extraordinaria. Tal vez porque vivimos muchos en escasos kilómetros cuadrados. Y ello propicia que todos los hechos se juzguen mediante grandes dosis de exageración. Y brotan las pasiones pequeñas, en vista de que la energía humana necesita un escape, un empleo, no puede vivir reprimida y hace presa en las cosas pequeñas, insignificantes. Y las agranda, las deforma, las multiplica... Es lo que José Martínez Ruiz, luego adoptaría el seudónimo de Azorín, resume en su libro ‘La Voluntad’, como hipertrofia de los sucesos. Es lo que se llama sentirse vivir.

Pero no es menos cierto, interviene otro de los componentes de ese pegar la hebra, mientras saboreamos un magnífico Ribera del Duero, que a esta ciudad llegan muchas personas que jamás han tenido acceso a dialogar con las fuerzas vivas de ninguna ciudad. Vengan procedentes de un pueblo o de la capital más encopetada. A esas personas nunca les fue posible departir con ningún comandante general, con ningún delegado del Gobierno, con ningún presidente autonómico u obispo de turno. Y si me apuran un poco, ni siquiera con un “Alcalde de monterilla”.

Y qué ventajas ve tú en ello... Yo no hablo de ventajas, responde la persona inquirida; sino que esas personas, las que jamás han podido relacionarse con quienes representan a una ciudad por su autoridad o categoría social, son las primeras que suelen despreciar el lugar donde, por razones de trabajo, fueron destinadas. El ejemplo más claro consiste en llamar pueblo a Ceuta, de manera despectiva. Cuando, sin querer entrar en disquisiciones acerca de lo que diferencia a un pueblo de una ciudad, es axioma (o sea, verdad que no necesita demostración) que Ceuta es ciudad por los cuatro costados. Por más que lo niegue el licenciado Martín Segura.
 

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