Se suscita la conversación sobre
Ceuta entre quienes hemos coincidido por casualidad a la
hora del aperitivo. Y uno de los participantes, en esa
tertulia improvisada, recomienda que leamos un artículo
escrito en ‘El Imparcial’ por Víctor Morales Lezcano,
cuyo título es ‘Sobrevolando el Estrecho’.
En el cual habla del inmejorable futuro que tienen por
delante Ceuta y Melilla como dos realidades históricas que
hacen de España un Estado europeo bicontinental. Y es que
ambas ciudades, continúa hablando el mismo contertulio, se
encuentran situadas en una estratégica posición desde la
cual se están haciendo –y se seguirán lanzando- iniciativas
de toda suerte que las harán atractivas y codiciables...
Quienes escuchamos atentamente, y con satisfacción lo que se
nos está diciendo, prometemos leernos el artículo
recomendado en cuanto lleguemos a casa. Pero antes la
conversación continúa transcurriendo por los mismos
derroteros: es decir, hablando de Ceuta por encima de
cualquier otra cuestión. Es lo que tocaba y a fe que no
hicimos el menor esfuerzo por apartarnos de esa senda.
Ceuta es una ciudad pequeña con problemas de urbe grande.
Escasa de kilómetros, claro que si, pero de una importancia
geoestratégica que vuelve a ponerse de relieve, tras una
etapa en la cual los había que se jactaban de decir lo
contrario. Quien se manifiesta así, recibe el sí de los
demás componentes de una reunión que se ha formado de manera
imprevista.
Dado que reina la tranquilidad y el sosiego en cada
intervención, uno habla de que en Ceuta los prejuicios
cristalizan con una dureza extraordinaria. Tal vez porque
vivimos muchos en escasos kilómetros cuadrados. Y ello
propicia que todos los hechos se juzguen mediante grandes
dosis de exageración. Y brotan las pasiones pequeñas, en
vista de que la energía humana necesita un escape, un
empleo, no puede vivir reprimida y hace presa en las cosas
pequeñas, insignificantes. Y las agranda, las deforma, las
multiplica... Es lo que José Martínez Ruiz, luego
adoptaría el seudónimo de Azorín, resume en su libro
‘La Voluntad’, como hipertrofia de los sucesos. Es lo que se
llama sentirse vivir.
Pero no es menos cierto, interviene otro de los componentes
de ese pegar la hebra, mientras saboreamos un magnífico
Ribera del Duero, que a esta ciudad llegan muchas personas
que jamás han tenido acceso a dialogar con las fuerzas vivas
de ninguna ciudad. Vengan procedentes de un pueblo o de la
capital más encopetada. A esas personas nunca les fue
posible departir con ningún comandante general, con ningún
delegado del Gobierno, con ningún presidente autonómico u
obispo de turno. Y si me apuran un poco, ni siquiera con un
“Alcalde de monterilla”.
Y qué ventajas ve tú en ello... Yo no hablo de ventajas,
responde la persona inquirida; sino que esas personas, las
que jamás han podido relacionarse con quienes representan a
una ciudad por su autoridad o categoría social, son las
primeras que suelen despreciar el lugar donde, por razones
de trabajo, fueron destinadas. El ejemplo más claro consiste
en llamar pueblo a Ceuta, de manera despectiva. Cuando, sin
querer entrar en disquisiciones acerca de lo que diferencia
a un pueblo de una ciudad, es axioma (o sea, verdad que no
necesita demostración) que Ceuta es ciudad por los cuatro
costados. Por más que lo niegue el licenciado Martín
Segura.
|