Hay fechas en el calendario de la
historia que quedan marcadas para la eternidad y hay otras
que, al menos para uno, son imborrables.
El 23- F para mí, a nivel personal, es una fecha maldita,
por cuanto ese día, hace ya 10 años, falleció mi madre. Pero
además de para mí, ese 23 de febrero implica, unos años
antes, en 1981 el intento de aniquilar aquella jovencita
democracia que, con el esfuerzo de todos, y con la visión
ágil, aunque no siempre comprendida, de Adolfo Suárez estaba
llegando a la edad de la primera comunión.
Recuerdo las seis de la tarde y veintitrés minutos del 23 de
febrero de 1981, yo pasaba por una tienda del Paseo de las
Palmeras y charlaba con su dueño, Manolo “Compadrito”, de
quien era y soy amigo personal.
Creo que en aquellos momentos estábamos hablando del Ceuta
que el día antes había jugado aquí contra el Castellón, en
segunda A, y había empatado.
Cuando estábamos hablando entró el dueño de otra de las
tiendas de esa calle y con voz entrecortada dijo:” Acaban de
entrar unos guardias civiles en el Congreso y no se sabe lo
que ha pasado, porque están disparando”.
El síndrome de “congojonitis” se estaba apoderando, en esos
instantes, de media España, que no quería oír la palabra
disparos y que, aunque con otro tipo de problemas, vivía
gozosamente esos comienzos de lo que era la democracia.
De inmediato me fui hacia mi casa, para ver qué decían los
medios de comunicación, aunque antes de entrar a casa quise
tener repuestos de pilas para la radio y pasé por la tienda
que frente a la telefónica tenía mi amigo Eduardo
Valenzuela.
Cogí las “baterías”, que por cierto no me cobró Eduardo y me
metí en casa. Los medios hablaban entre labios. TVE tenía,
en aquellos momentos, música clásica y marchas militares,
que no me resultaban muy agradables en aquellos instantes.
Sólo la Cadena Ser a nivel nacional, que era uno de los
pocos medios que se podían sintonizar entonces en Ceuta,
hablaba con más claridad, en medio de la confusión, grande,
que había entre todos.
Cuando salí a cenar, yo entonces comía, de ordinario, en la
Residencia Galera, me di cuenta de que la situación estaba
muy complicada y eso se reflejaba en el semblante de las
personas con las que me encontraba allí todos los días.
Pocas veces he pasado tantas horas seguidas, como aquella
noche, delante del televisor, aunque a medida que pasaba el
tiempo se percibía que aquello había fracasado ¡¡ gracias a
Dios!!, o estaba a punto de fracasar.
TVE había cambiado de programación, la música ya había dado
paso a otras cosas, y en esos momentos te acuerdas de
personas en las que otros días no piensas, aunque sean
amigos tuyos. Y yo, a pesar de las dificultades que había
para poderse comunicar pude contactar con la casa de mi
amigo Martiniano Martín, que años más tarde fue profesor
aquí en Ceuta, y que entonces era diputado por Ávila, de la
UCD. Su familia estaba rota, como lo estaban otras muchas
familias de los diputados secuestrados.
Cuando, en torno a la 1 de la madrugada, habló el Rey,
volvió la calma. El golpe estaba frenado y los golpistas se
tendrían que entregar. El mal sueño había pasado. Por eso
había que irse a dormir, a dormir bien, porque al día
siguiente a las nueve yo tenía clase en el instituto.
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