El proyecto para colocar dos
almadrabetas en la bahía sur de la ciudad autónoma tiene una
gran virtud: la de combinar la tradición y la modernidad en
una apuesta empresarial que serviría para dar un poquito de
oxígeno al sector pesquero ceutí creando cerca de medio
centenar de puestos de trabajo y con una estructura que, de
acuerdo con los cálculos que plantean sus promotores,
gozaría de una rentabilidad económica indudable. La
almadraba (del árabe andalusí almadrába, lugar donde se
golpea o lucha) es una de las artes para la captura del atún
empleada en Andalucía, el Levante español y Ceuta
aprovechando la migración de atunes Atlántico-Mediterráneo
(y vuelta) que se utiliza desde tiempos prerromanos.
Consiste en instalar un laberinto de redes en el paso de los
atunes, que normalmente se sitúa cerca de la costa. En Ceuta
hubo almadrabetas hasta 1968 y la pesca de la almadraba
estricta (con redes entre barcos) se prolongó hasta 2007,
cuando la ausencia de atunes rojos forzó su desaparición. En
la región ha habido almadrabas, además de en Ceuta, en
Cádiz, Chiclana de la Frontera, Conil de la Frontera,
Barbate, Rota, Zahara de los Atunes, La Línea, Nueva Umbría,
Isla Cristina y Tarifa, entre otros puertos. Al otro lado
del Estrecho, de una u otra manera, se han ido buscando los
caminos para darle salida a un sector atenazado tanto por
los problemas medioambientales que ha generado la escasa o
nula limitación de las capturas y por la competencia que, en
algunos momentos de forma desleal, han sufrido los
pescadores españoles a nivel mundial. En la ciudad autónoma,
sin embargo, el negocio de la pesca parece languidecer si
que nadie tome cartas en el asunto de manera lenta pero
segura. La aparición de esta nueva apuesta, una pequeña
empresa que no sólo crearía trabajo directa e
indirectamente, sino que crearía sinergias con otras partes
del mismo sector, debe ser saludada, recibida e impulsada
por quienes tienen la capacidad y el criterio para ello si
todas sus virtudes son reales.
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