En las hojas del tiempo hay
lecciones imborrables que sirven para cualquier espacio y
momento. Sólo hay que prestar atención y ver. Así, podemos
observar en la república de los perros que todo el Estado
disfruta de la paz más absoluta después de una comida
abundante, y que surgen entre ellos contiendas civiles tan
pronto como un hueso grande viene a caer en poder de algún
perro principal, el cual lo reparte con unos pocos,
estableciendo una oligarquía, o lo conserva para sí,
estableciendo una tiranía. De ahí, lo importante que es no
defraudar a una ciudadanía apiñada a la providencia de un
Estado en el que confía y del que espera protección.
En situaciones de crisis, lejos de desfallecer la apuesta
social, debe de avivarse el auxilio. Todos los Estados bien
gobernados y todos los príncipes inteligentes – dijo
Maquiavelo- han tenido cuidado de no reducir a la nobleza a
la desesperación, ni al pueblo al descontento. Un pueblo
hundido es un pueblo despoblado de paz. En consecuencia, la
maquinaria del Estado social debe impulsarse, más allá de
reconocimientos legislativos, con acciones ejemplarizadoras
de empleo digno, fomentando oportunidades para todos los
géneros y edades, desterrando la exclusión social y la
pobreza del mapa de la vida, de toda vida en definitiva. El
mejor proteccionismo es el empleo.
Lo que debe hacer un Estado social, que se precie de serlo,
son sus deberes, cumplir con la razón de ser. En su agenda
de trabajo, el gobierno de turno, ha de poner en valor el
trabajo como obligación y derecho. Y esto de manera
prioritaria. Crear el clima necesario para aumentar el
empleo y un empleo de calidad, debe ser una exigencia y un
compromiso de todos los agentes, dispuestos a trabajar a
destajo hasta conseguir el objetivo. La cohesión social y
territorial llega por el pleno empleo, no por las migajas.
Habrá que también adaptar sistemas formativos acordes a las
necesidades de capacitación laboral. La vieja teoría de que
la universidad es una fábrica de parados sigue siendo una
palpable realidad. Poco o nada se hace por cambiar esta
ancestral etiqueta, sobre todo si la universidad va por un
lado y la sociedad por otro. En muchos países son mundos
diferentes, cuando debieran ser mundos confluentes. El caso
de la Universidad Española es un fiel ejemplo.
Por otra parte, las estrategias de empleo no sirven para
nada si no son integradoras. También los diversos gobiernos
de ese Estado social deben contribuir a alentar la
responsabilidad social del mundo empresarial. Los
trabajadores deben tener un medio laboral gratificante y
motivador, que a veces no lo tienen, con unos salarios y una
promoción adecuada a su valor y valía.
Frente a tantas situaciones de desamparo globalizado, veo
bien que se fomenten estrategias de desarrollo de empleo
local integradoras que beneficien a todos. No es una
inversión a fondo perdido. Ante un futuro de creciente
competencia mundial, envejecimiento de la población,
desarrollo tecnológico continuo y desafíos medioambientales,
urge intensificar políticas locales a fin de aumentar la
capacidad de adaptación de las personas, impulsando el
tejido empresarial en zonas deprimidas de pueblos.
En tiempos de crisis el Estado social debe estar alerta a
que se cumplan los derechos laborales, aún más si cabe. Que
escasee el trabajo, de ninguna manera debe dar pié a que el
mundo empresarial trate injustamente al obrero o que el
trabajo tenga efectos negativos en su salud. A los hechos me
remito. Los empresarios españoles parece que se han olvidado
de los despidos por causas objetivas, conciliación
administrativa o sentencia judicial, y eligen la expulsión
incongruente e infundada, para realizar sus ajustes, según
fuentes del Ministerio de Trabajo e Inmigración. Se dice que
el 40% del empleo destruido obedece a despidos
improcedentes.
En cualquier caso, la solidaridad debe ser un elemento
distintivo de un Estado social. Y uno de los objetivos
básicos ha de ser que todas las personas puedan participar
en el progreso económico y social. La letra europeísta de
reducir la exclusión como tarea indispensable para lograr
los objetivos de la Unión de crecimiento económico
sostenido, más y mejores empleos y mayor cohesión social, se
viene quedando en meras palabras, en pura propaganda. Lejos
de erradicar la pobreza infantil interrumpiendo la
transmisión intergeneracional, de conseguir que los mercados
laborales sean verdaderamente incluyentes, de asegurar una
vivienda digna para todos, de superar la discriminación y
aumentar la integración de las personas con discapacidades,
minorías étnicas e inmigrantes, de combatir la exclusión
económica y el sobreendeudamiento; se han incrementado los
barrios marginales por doquier lugar y la exclusión se
acepta como parte de este sistema productivo. Lástima que se
haya perdido la cultura reivindicadora, quizás por la falta
de conciencia social que también se ha aletargado.
Un Estado social, pues, lo que ha de fortalecer y garantizar
son derechos y servicios esenciales, aparte de que son
conquistas sociales históricas, forman parte del patrimonio
de la humanidad y, como tales, han de activarse, por mucha
recesión económica que nos invada.
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