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OPINIÓN - JUEVES, 19 DE FEBRERO DE 2009

 

OPINIÓN / EL OASIS

La corbata
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Me llama Raimundo Romero Sánchez, secretario del Centro Gallego de Ceuta, para agradecerme la manera con que he venido tratando la tradicional laconada carnavalesca, celebrada hace dos sábados en la planta quinta del Hotel Tryp.

Durante la conversación telefónica, le dije a Raimundo que me sentí tan a gusto en la comida que tentado estuve de quedarme a compartir la magnífica sobremesa hasta el final, incluso a costa de haberme perdido el partido televisado del Real Madrid en la tarde sabatina. Lo cual hubiera sido un enorme sacrificio para mí.

El secretario del Centro Gallego, ante mis halagos sentidos por la estupenda fiesta, no tardó en decirme que a partir de ahora me considere invitado a todos los actos que celebre el organismo gallego. Y le cogí la palabra. Claro que sí. Pero con una condición: jamás permitiré ir de gañote a ningún acontecimiento que termine en cuchipanda. Porque, conociendo a los gallegos, raro es que ellos se olviden de deleitarnos con lo mejor de su cocina.

Lo de pagar es una obsesión mía. Lo mismo que otros se obsesionan con demostrar que pertenecen a un pueblo especial o a una raza privilegiada, yo me obstino en querer invitar a los demás. O sea, que yo me meto la mano en el bolsillo con celeridad. Y jamás permito que me paguen las copas dos veces seguidas.

Todo ello se lo fui contando a Raimundo, mientras él se reía como suelen reírse los gallegos, y además le dije que hubo una época en la cual salía a la calle y si cualquiera, sin distinción de clase social, me pedía algún adminículo que yo llevara y fuera de su gusto, allá que me desprendía de él. Habiendo llegado al extremo de regalar camisas en plena calle. Muchas veces. Eso sí, el agraciado tenía que acompañarme hasta la puerta de mi domicilio para no dar el cante de lucir mi pecho durante un gran trecho. Menudo pareado.

Lo que no le dije a Raimundo, secretario del Centro Gallego, es que, dado que me presenté en el Tryp vestido de azul marino, con camisa blanca impoluta, y corbata de Emidio Tucci, roja y salpicada de rombos y cuadrados tan sutiles como capaces de meterse por los ojos, lo primero que hizo el presidente de la Ciudad fue fijarse en mi corbata. Para celebrármela...

Un adminículo, la corbata, que llamó la atención de un Juan Vivas que estuvo ese día la mar de amable conmigo (antes, todo hay que decirlo, Pedro Gordillo, con esa exuberancia tan suya, se dirigió a mí con palabras sentidas, que entendí perfectamente y de las que tomé nota).

A lo que iba: que lo primero que hice, dada mi manía de invitar mucho y regalar prendas, fue un intento de desanudarme la corbata para entregársela al presidente. Ya que sin corbata se podía estar sentado a la mesa. Y si no culminé mi propósito fue porque Vivas, siempre preocupado del que dirán, hizo los gestos convenientes para que yo aplazara el regalo.

Pues bien, la corbata de Emidio Tucci, roja y salpicada de cuadrados y rombos, tan sutiles como capaces de meterse por los ojos, está ya preparada en su caja de origen para llevársela a Vivas, en cualquier momento. Aunque, dado que esta columna tiene cierta influencia, no reclamaré la clásica rueda de prensa para el acto de la entrega. Y será así, para evitarles náuseas a ciertos informadores que ven en la corbata y en el ducharse cada día, signos evidentes de una decadencia que a ellos les aterra. Pero seguirán oliendo.
 

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