Recorro los pasillos de las
estaciones del Metro barcelonés como si fuera de cacería por
la selva africana, ingredientes no faltan, en los últimos
coletazos de mis jornadas laborales.
En la selva, digo en un pasillo que lleva a la plaza de
España, un africano negro, ignoro qué religión tendrá aunque
no viene al caso ha pasado corriendo por mi lado y perderse
al fondo, a la vuelta de una entrada del subterráneo. Nadie
lo persigue.
Salgo a la superficie, la selva urbana está cada vez peor.
Los animales mecánicos, que conocemos como vehículos
motorizados, no dejan de echar humo como dragones reumáticos
y agotados y los animales de dos patas, incluso yo, andamos
a vivo paso para ganar al sprint el cruce peatonal antes de
que se ponga en rojo los nuevos semáforos.
Por doquier miles de inmigrantes patean las calles en todas
direcciones con la cabeza gacha y el pensamiento, supongo,
ocupado en resolver “gachumbos” y encontrar la manera para
llevarse algo a la boca.
Entretanto, la policía no da abasto en cazar a otros
animales de dos patas, estos de color más oscuro que el
resto. La operación que han desplegado las fuerzas de
seguridad parece cosa seria, aunque no entiendo porqué
ahora, precisamente ahora, emplean esas maniobras para
detener inmigrantes sin ton ni son.
Aseguran que sólo detienen a inmigrantes vinculados con la
delincuencia… pero creo que no es eso ciertamente porque a
los que veo detener no creo que sean delincuentes. No hacen
nada.
Una mujer, que por las trazas parece peruana o como mucho
colombiana, está dando alaridos de espanto por no se que
cosa. Se ve que sigo en la selva.
Vuelvo a entrar en la estación de Metro, he de seguir mi
tarea laboral un rato más y me encuentro con que un viejo
está diciendo que ha visto una rata del tamaño de un gato
adulto. Puede ser cierto, ya escribo que estoy en plena
selva, yo mismo he visto a muchos de esos asquerosos bichos
correteando por andenes, pasillos y túneles; además de hacer
equilibrios sobre la catenaria. No me extraña nada, pero se
ve que el pobre viejo no es de aquí, más bien parece un
inmigrante ruso o búlgaro que anda perdido entre el marasmo
de los pasillos sin fin y las enormes estaciones.
Hace un rato que vengo observando a una mujer joven, casi
una niña, vestida con esas ropas que no se estilan por estas
tierras, ropas de gitana aunque la impresión es que no
parece gitana ni de lejos. Anda pidiendo dinero a todo el
que pasa por su lado de una manera lastimosa. Me alejo, no
quiero líos y además no soy del equipo de seguridad.
Ya dentro de mi tema favorito, veo que los señores afiliados
al PP y que disfrutan de cargos públicos no entienden ni
papa de política internacional.
¿A quién se le ocurre ir como observador de una votación a
un país extranjero y meterse a criticar la actuación de los
políticos de ese país que visita?, me estoy refiriendo a
Venezuela de donde ha tenido que salir, cogido por el cogote
y la parte cular del pantalón, un eurodiputado pepero.
Siento verdadera vergüenza ajena sobre este hecho, más aún
que tiene la caradura de acusar al PSOE de ser cómplice en
un proceso hacía una dictadura que a él no le afecta en
absoluto, a menos que su mujer esté residiendo en Venezuela
y sea venezolana. Aunque eso no le daría ningún derecho
sobre injerencia.
Poco seso se tiene para explotar contra los socialistas, por
temas internos de un país extranjero, cuando debe saber a
ciencia cierta que los observadores internacionales no
tienen ningún derecho a intervenir durante un proceso
electoral en ningún país.
Bueno, si Vds. dan por buena la actuación de ese
eurodiputado… entonces yo tengo derecho a intervenir durante
los congresos del PP, aunque no esté afiliado. El
eurodiputado sienta un ejemplo.
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