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OPINIÓN - MARTES, 17 DE FEBRERO DE 2009

 

OPINIÓN / EL OASIS

El vómito de Javier Sakona
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Un día de agosto, de 1982, recibí una llamada de Manolo Delgado Meco, preparador físico del Athletic de Bilbao y de la selección nacional, a quien conocía desde que era un niño en Alcázar de San Juan: su pueblo de nacimiento. Era para pedirme un favor. Quería que intercediera por Endika; jugador formado en las instalaciones de Lezama y que estaba haciendo muchas guardias en un cuartel de Ceuta, donde cumplía su servicio militar.

Lo puse en conocimiento de la directiva, y ésta tardó nada y menos en procurarle un mejor servicio al futbolista recomendado por mí. Tras ese primer paso, Delgado me pidió que lo entrenase, puesto que llevaba mucho tiempo alejado de los terrenos de juego. Y también accedimos. Y así hasta decirnos que, cuando lo creyésemos oportuno, podíamos contar con los servicios de Endika.

Endika, más vasco que ningún otro vasco, comenzó a dar problemas en el cuartel y en el campo, pese a que le habíamos alojado en una residencia y recibía un trato extraordinario. Y a mí me tocó hacer de valedor suyo en contra de la opinión generalizada. Un día me dijo textualmente: “Mister, yo no sé cómo usted puede soportar a esta gente de Ceuta...”.

Mi respuesta fue la siguiente: esta gente es mi gente, Endika, y no olvide usted que yo, por ser gaditano, me siento ceutí. Y a partir de ese momento, aprovechando además una información militar, nunca más salí en su defensa. Y, por supuesto, en vista de su nulo rendimiento me olvidé de él. Eso sí, el Athletic se aprovechó de que regresó a su casa entrenado y con cierto ritmo.

Javier Sakona, vasco o guipuzcoano, no ha venido a Ceuta a cumplir ningún servicio militar obligatorio, como lo hizo Endika. Sino que lo ha hecho para trabajar como periodista. Tal vez porque no encontraba currelo en ningún otro rincón de España. Y su primer empleo fue en este periódico. Y a los pocos días de estar entre nosotros sus comentarios no tenían desperdicios: todo lo que veía en Ceuta era trasnochado. Propio de una ciudad muy atrasada por culpa de unos habitantes sometidos a los políticos que gobernaban en el Ayuntamiento.

Como yo suelo hablar con todo el mundo, y mucho más con los recién llegados, conversaba con Sakona y le oía y le olía e iba sacando conclusiones de quien había llegado dispuesto a imponer sus costumbres y sus creencias en una Ceuta a la que consideraba el culo del mundo. Y un día, harto ya de soportarle y de olerle, decidí cantarle las cuarenta. Más bien porque no entendía como ningún ceutí de nacimiento, le paraba los pies a un individuo que largaba como si en su tierra hubiera desempeñado el cargo de director del periódico de más tirada o de la mejor televisión. Y, encima, con la mayor aversión por esta tierra.

Sakona se colocó en otro periódico. Y, poco después, lo vi en la televisión pública (la del pesebre, según decía él, antes de poner la jeta delante de las cámaras) haciendo alardes de gracioso con chapela y pelos en el pecho. O sea, mamando de la ubre municipal. Ahora, posiblemente porque se le habrá acabado el chollo, no ha dudado en expresarse así: “Sólo faltaban las corridas de toros para perfeccionar la Ceuta berlanguiana de vicarios, comandantes y alcaldes bajo palio”. Espero que le obliguen a lavarse la boca. Y si vomita, no faltará quien le recuerde lo que nosotros llevamos vomitado con la sangre derramada en el País Vasco: su país.
 

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