La conversación transcurría por
cauces normales. Ambos hablábamos de nuestras cosas, y sobre
todo del España-Inglaterra que se iba a jugar esa noche en
Sevilla. Pero, cuando estábamos a punto de despedirnos, mi
interlocutor no se pudo aguantar más y sacó el tema a
relucir.
Mira, Manolo, a Juan Luis Aróstegui le están
causando grandes trastornos sus aduladores. Pues se ha
creído, de tanto verse regalado el oído, que se puede
enfrentar al mundo mundial, incluso sin poder probar las
muchas cosas que dice. Y, desde luego, las dice como si
fuera un agitador profesional.
Pero hay que entenderlo. Y hasta es merecedor de cierta
compasión. Porque a ver quién es el guapo que no pierde la
noción de la realidad, teniendo a su vera a un tipo, el jefe
de la claque, que, aunque como tú bien dices le huele el
aliento, cumple un papel primordial: recordarle a Juan Luis,
diariamente, que es el gigante más noble y bondadoso, el más
valiente y generoso que hay sobre la faz de la tierra. Y,
para colmo, le susurra, a cada paso, con voz de seda, serás
en política lo que tú quieras. Pues has nacido para romper
moldes en todo cuanto hagas o digas.
Y Juan Luis, que tiene una vanidad poco controlada, se
agita, se crece, se le esponja su finchamiento, se relame de
placer, y responde: ¡Que sería de mí, amado Queco, si
no fuera por ti! Pero hazme un favor: procura cuanto antes
pedir cita para el estomatólogo. Y que te revise la boca.
Porque tus palabras, por más que sean tan sentidas como
verdaderas, salen perfumadas.
Y Ramón Moreda del Valle-Inclán, créeme, disfruta de
lo lindo, y hasta se ríe con esa risa de hombre abochornado
por sumiso, y lo primero que se le ocurre contestar es que
lo de su boca puede esperar. Que lo importante es analizar
el orden del día para que él, Aróstegui, haga su escrito de
cada semana con la maestría que le caracteriza.
Y el secretario general de Comisiones Obreras, con ese
clásico tic de su nariz cuando huele a podrido, termina
aceptando, aunque a regañadientes, el despachar con el
secretario de Acción Sindical y cabeza pensadora, muy
principal, del organismo sindicalista.
-¿Te estás quedando conmigo, amigo...?
En absoluto, Manolo... Por favor. Y permíteme que
continúe mi relato de la cosa. Bueno, creo que he perdido el
hilo con tu interrupción. Ah, ya... Estaba hablándote de la
preparación del artículo semanal de Aróstegui. Y de cómo lo
plantea Moreda con el aliento habitual en él.
Juan Luis, dice el gran Queco, el próximo escrito ha de
basarse en que el Ayuntamiento se ha convertido en una casa
de terror, aunque en él no haya todavía nadie dispuesto a
declarar que a ciertas horas torturan a los funcionarios en
la planta de los fantasmas. Pero todo se andará.
Luego deberás hacer una defensa cerrada del periódico donde
yo suelo enviar mensajes firmando como Joseph Bell.
Porque es una pena que su director, tan inteligente él y que
tantas pruebas ha dado de ser admirador tuyo, se vea
obligado a echar el cierre y hacer mutis por el foro. De
modo que ya no podrá decirle impropios a la que él suele
llamar consejera de incultura: o sea, a Mabel Deu. Y,
antes de que se me olvide, te recuerdo que seguimos buscando
niños cárdenos. Te queremos, Juan Luis...
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