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OPINIÓN - VIERNES, 13 DE FEBRERO DE 2009

 

OPINIÓN / EL OASIS

El jefe de la claque
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

La conversación transcurría por cauces normales. Ambos hablábamos de nuestras cosas, y sobre todo del España-Inglaterra que se iba a jugar esa noche en Sevilla. Pero, cuando estábamos a punto de despedirnos, mi interlocutor no se pudo aguantar más y sacó el tema a relucir.

Mira, Manolo, a Juan Luis Aróstegui le están causando grandes trastornos sus aduladores. Pues se ha creído, de tanto verse regalado el oído, que se puede enfrentar al mundo mundial, incluso sin poder probar las muchas cosas que dice. Y, desde luego, las dice como si fuera un agitador profesional.

Pero hay que entenderlo. Y hasta es merecedor de cierta compasión. Porque a ver quién es el guapo que no pierde la noción de la realidad, teniendo a su vera a un tipo, el jefe de la claque, que, aunque como tú bien dices le huele el aliento, cumple un papel primordial: recordarle a Juan Luis, diariamente, que es el gigante más noble y bondadoso, el más valiente y generoso que hay sobre la faz de la tierra. Y, para colmo, le susurra, a cada paso, con voz de seda, serás en política lo que tú quieras. Pues has nacido para romper moldes en todo cuanto hagas o digas.

Y Juan Luis, que tiene una vanidad poco controlada, se agita, se crece, se le esponja su finchamiento, se relame de placer, y responde: ¡Que sería de mí, amado Queco, si no fuera por ti! Pero hazme un favor: procura cuanto antes pedir cita para el estomatólogo. Y que te revise la boca. Porque tus palabras, por más que sean tan sentidas como verdaderas, salen perfumadas.

Y Ramón Moreda del Valle-Inclán, créeme, disfruta de lo lindo, y hasta se ríe con esa risa de hombre abochornado por sumiso, y lo primero que se le ocurre contestar es que lo de su boca puede esperar. Que lo importante es analizar el orden del día para que él, Aróstegui, haga su escrito de cada semana con la maestría que le caracteriza.

Y el secretario general de Comisiones Obreras, con ese clásico tic de su nariz cuando huele a podrido, termina aceptando, aunque a regañadientes, el despachar con el secretario de Acción Sindical y cabeza pensadora, muy principal, del organismo sindicalista.

-¿Te estás quedando conmigo, amigo...?

En absoluto, Manolo... Por favor. Y permíteme que continúe mi relato de la cosa. Bueno, creo que he perdido el hilo con tu interrupción. Ah, ya... Estaba hablándote de la preparación del artículo semanal de Aróstegui. Y de cómo lo plantea Moreda con el aliento habitual en él.

Juan Luis, dice el gran Queco, el próximo escrito ha de basarse en que el Ayuntamiento se ha convertido en una casa de terror, aunque en él no haya todavía nadie dispuesto a declarar que a ciertas horas torturan a los funcionarios en la planta de los fantasmas. Pero todo se andará.

Luego deberás hacer una defensa cerrada del periódico donde yo suelo enviar mensajes firmando como Joseph Bell. Porque es una pena que su director, tan inteligente él y que tantas pruebas ha dado de ser admirador tuyo, se vea obligado a echar el cierre y hacer mutis por el foro. De modo que ya no podrá decirle impropios a la que él suele llamar consejera de incultura: o sea, a Mabel Deu. Y, antes de que se me olvide, te recuerdo que seguimos buscando niños cárdenos. Te queremos, Juan Luis...
 

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