No hay otra salida, debemos evolucionar. Estamos obligados a
romper moldes y residir con los tiempos que corren. Todo lo
demás es complicarse la existencia. Que se imponen modas
absurdas, a por ellas. Se lleva el tupé, bien, habrá que
adornar la frente. Que hay que raparse la cabeza, perforarse
la piel, no pisar el plato de la ducha, insultar en vez de
dialogar, saquear sin límites, rapiñar dos de cada tres
juicios, renunciar a todo lo que tenga visos de instruido.
Que ahora no se estila conquistar la parte opuesta, habrá
que pasarse a la senda de enfrente. Dificultades, las
mínimas. No se puede nadar contra corriente. A todo esto sin
que se te ocurra conceder un sencillo comentario
contradictorio respecto al asunto; de hacerlo, de atrevernos
a atravesar esa imaginaria línea, estaríamos perdidos. Las
represalias podrían ser terribles. Cuidado con lo que se
dice o se escribe. Absteneros de ello sin antes no visitar
un asesor jurídico. Por lo pronto, y como mal menor, se nos
tacharía de carcunda, fuera de circulación, apestado. De
machista cuaternario con pelos en el pecho que, gusta de
agarrar al sexo débil de los cabellos y arrastrarlo por los
suelos. Lo que sorprende, tal vez más de la cuenta, es la
celeridad de esa tendencia que nos asalta, casi al minuto.
Lo que nos produce rareza es el conformismo con el que hoy
día nos tomamos las cosas, como trasciende lo que interesa y
lo que no. La manipulación a la que nos tienen sometidos,
seamos hombres o mujeres. Tragamos al cien por cien.
Incluso ya está hasta mal visto el oficio de ama de casa. En
determinados sectores sacar adelante el quehacer que la
mayor parte de nuestras madres y abuelas realizaban, es
decir cuidar de sus descendientes, formarlos para el futuro,
preocuparse de la alimentación y salud familiar, economía…es
sinónimo de regresión, de vuelta al pasado. “Pobrecita, en
su D. N. I. consta- ahora ya ha cambiado eso también- ama de
casa”, una iniciativa que se encuentra a la baja, acorde con
los tiempos que nos contemplan, en crisis. Nuestras mamás
perdieron el tiempo, estaban erradas. ¡Eso ya no se lleva!.
La reina de la casa ha sufrido una sustancial metamorfosis,
se ha reconvertido en lo que al parecer antes no ejercía.
Esa mujer obrera que, además, colabora crematísticamente en
el bienestar y patrimonio; para que nos entendamos, en el
pago de la hipoteca del piso, la letra del “cuatro por
cuatro” y hasta en el apartamento de la Costa del Sol. .En
manager, con incluido don de la ubicuidad, que orienta la
casa a base de golpes de teléfono, generalmente desde la
oficina, para coordinar el programa a seguir de esa otra
mujer trabajadora de la que se pasa por alto todos sus
derechos, llámense laborales, sociales, incluso
constitucionales. La empleada de hogar, la “chacha” venida
del otro lado de la frontera y para la que alguna que otra
funcionaria ultra feminista de este pueblo, no merece la
menor consideración ni respeto. En este apartado conviene
mirar del Tarajal para abajo.
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