Término de indudable resonancia
histórico-religiosa y paradigma de la ideología islámica,
describiremos conjuntamente: su indefinida referencia
religiosa, su compleja evolución histórica y su proyección
reivindicativa actual. Partiendo del título de Califa/Khalifa
o Jalifa, advirtamos que el título completo, Jalifat Rasul
Alláh, equivale a “Sucesor del Enviado/Mensajero de Dios”,
Alláh y en ningún modo representante de Alláh/Dios en la
Tierra, tal como ya advertimos en el término Califa (13)
descrito anteriormente y al que nos remitimos.
El Califato pues (dentro del sunnismo) es una institución
temporal, llevando pareja de forma honoraria los títulos de
Imám supremo y Amir-Al-Moumenín, Príncipe o Emir de los
Creyentes (adoptado poe el segundo Califa Rachidún, Omar),
título éste que en el Maghreb ostenta actualmente la
dinastía Alauí en Marruecos. El Califa conservaría el poder
político y religioso como representante del Mensajero de
Dios, excepto su capacidad profética dado que Mahoma, debe
insistirse en este matiz, fue el último Profeta, el “Sello
de la Profecía”. De capital importancia reviste el acceso al
título de Califa: ¿es un cargo hereditario?; ¿cualquier
musulmán puede ostentarlo?; ¿y puede ser depuesto?. En la
corriente mayoritaria del Islam, el Sunnismo (90% de la
comunidad de fieles), el califa debe de ser de ascendencia
árabe, preferiblemente de la tribu del Profeta, los
quraysíes; para el Shiísmo (9% de la Umma, actualmente
agrupada en Irán) es fundamental que el Califa, ostentando
el Imamato supremo, sea descendiente de la familia del
Profeta a través de Alí (tal fue el caso en Marruecos de la
dinastía Idrisí, fundadora de Fez); finalmente para la
minoría Khariyí (Jariyí), históricamente importante pero hoy
día residual y superviviente en Argelia, incluso un esclavo
negro (musulmán) podría ser elegido califa, con tal de tener
una gran ascendencia ético-moral. De hecho, los primeros
califas “Rachidún” (Bien Guiados) fueron elegidos de forma
asamblearia salvo el segundo, Omar, nombrado por Abu Bakr,
prestando los presentes el juramento de la Bei´a o Bay´a,
siendo introducida la herencia o sucesión consanguínea
primero por los Omeyas en Damasco (la iniciativa fue del
califa Abdelmalik, 86-705 de la EC, 40-660 de la Hégira)
pero, sobre todo, por los Abasidas en Bagdad. Por lo demás,
la idea shií del Califato/Imamato aporta un matiz
fundamental: al contrario que el califa sunní, el shií tiene
capacidad para introducir modificaciones dogmáticas.
Es interesante señalar que en el largo periodo de decadencia
del Califato Abasí, el poder religioso y temporal se fue
separando progresivamente, oficializándose de hecho al
otorgarse desde Bagdad en el 1055 de la E.C. el título de
Sultán a los emires selyúcidas. El último califa, otomano,
fue depuesto oficialmente y con él la institución en febrero
de 1924 por Mustafá Kemal (fundador de la moderna Turquía),
quien a principios de año declaraba: “La idea de un único
Califa, ejerciendo la suprema autoridad religiosa sobre toda
la comunidad islámica es una idea salida de los libros, pero
no de la realidad del Islam”. En la práctica los sultanes
otomanos jamás reivindicaron oficialmente el título de
califas, aunque de hecho la institución califal en sí fue
trasladada a Estambul tras la conquista turca de Egipto en
1517 de la E.C. Señalemos no obstante que para el sunnismo
más ortodoxo, la institución pereclitó con la cruenta
conquista de Bagdad por los mongoles, en 1258 de la Era
Común (656 de la Hégira).
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