LUNES. 2
La última vez que escribí del Instituto Ceutí de Deportes
fue para airear que en ese organismo a los directores les
suelen poner todas las trabas posibles en la tarea que les
corresponde. Y cuando tratan de zafarse de todas las
interferencias que reciben, se les tacha de intolerantes y,
seguidamente, se les hace el boicot. Esa última vez de la
que hablo no tuve ningún inconveniente en dar los nombres de
todos los directores que habían pasado por ese trance. Y uno
de ellos no tuvo el menor empacho en decirme que estaba de
acuerdo con lo que había escrito. También me referí, con
pelos y señales, a quienes gustan de hacerle la cama a los
cargos políticos y hasta creo recordar que manifesté,
incluso, que solían escribir en cierto foro mediante
seudónimos. Pues bien, hoy me han vuelto a informar que a
Cristina Bernal, actual directora, le siguen haciendo
luz de gas. A ver si se desespera y deja el camino expedito.
Con el único propósito de que un tal Julio Ortega,
que lleva ya la tira de años haciendo una labor de zapa en
el ICD, antes IMD, pueda ocupar el puesto de director. ¿Lo
conseguirá?... Cosas peores se han visto en ese organismo
autónomo.
MARTES. 3
A la hora del aperitivo coincido con dos conocidos en sitio
adecuado para tomarlo y, de paso, aprovechamos la ocasión
para intercambiar impresiones sobre la situación de algunos
políticos. Sale a relucir el nombre del consejero de
Hacienda, Francisco Márquez, y me dicen que está
viviendo un momento esplendoroso. Que es el brazo derecho
del presidente de la Ciudad. Y me ponen al tanto de su forma
de ser, de sus aspiraciones, y de cómo y por qué ha hecho de
la política un medio de vida a largo plazo. Y me cuentan,
además, que Márquez no puede ver a Juan Luis Aróstegui
ni en pintura. Que lo tiene atragantado. Y que va a
resultar muy difícil, por no decir imposible, que el
sindicalista sea capaz de evitar la aversión que por él
siente el consejero que tan bien luce cualquier trapillo que
se pone. Luego, casi sin darle importancia, dejaron caer que
las relaciones entre Juan Vivas y Gordillo no
son buenas. Pero entonces intervine yo para recordarles el
juramento que ambos hicieron en el salón de actos del
Casino, un 5 de marzo de 2005: Estaremos juntos en la tarea
política hasta que cualquier fuerza mayor nos lo impida.
Juramento que han reafirmado varias veces más. Sobre todo
cuando han circulado los rumores acerca de sus más que
posibles desavenencias. De modo que ya podemos prepararnos
para que ambos, en cualquier momento, decidan darse un
homenaje para insistir, nuevamente, que forman una pareja
política, de cuya estabilidad no se debe dudar.
MIÉRCOLES. 4
Elena Triano se me acercó un día, de hace ya varios
años, para decirme que era hija de Antonio Triano Simón.
Y nada más oír su nombre, comencé a contarle de carrerilla
cómo fue posible la gran amistad que surgió entre su padre y
yo, durante mi estancia en Algeciras, por ser entrenador del
primer equipo de fútbol de esa tierra. Corría el año 73 y
Antonio era el delegado del club. Y en medio de un ambiente
enrarecido, a veces hasta extremos casi insoportables,
Triano Simón me transmitía toda la calma necesaria y
procuraba por todos los medios ayudarme. Y entre otras
cosas, le conté a Elena de cómo era su padre conmigo, cuando
nos tocaba viajar. Antonio era un hombre culto, muy culto; y
gustaba de visitar, allá donde íbamos, todos los monumentos
Y, desde el primer día, no tuvo el menor inconveniente en
llamar a mi puerta, muy temprano, para invitarme a que le
acompañara durante su recorrido turístico. Y allá que se
deleitaba explicándome de qué fecha era aquel castillo, de
antigua edificación árabe, acaso torre de vigía y después
mezquita; luego, me ponía al tanto de que otra iglesia,
excelente edificio de construcción gótica, se había
comenzado a levantar a mediados del siglo XV... Y así, cada
vez que llegábamos a una ciudad, yo esperaba impaciente la
llamada de Antonio. Elena, cuando coincidíamos en el barrio,
me daba recuerdos de su padre. El miércoles pasado, Elena me
comunicó la muerte de Antonio. Y hasta me puso al tanto de
que ni siquiera en sus últimos días se le había caído a éste
mi nombre de su boca. ¡Qué fuerte, amigo!... Es la primera
vez en mi vida que uso esta exclamación tan actual. Antonio
fue un hombre en toda la extensión de la palabra. ¿Verdad,
Elena?
JUEVES. 5
La lluvia, acompañada de viento, desarma los paraguas y la
gente corre que se las pela. La mañana es infernal. Yo tengo
pensado acercarme a las oficinas de la Autoridad Portuaria,
a fin de visitar al presidente: Pepe Torrado. Pero,
debido al mal tiempo, termino refugiándome en el hotel Tryp.
Y allí estaba ya Mohamed Chaib. Y éste, tan servicial
como en él es habitual, no duda en poner su coche a mi
disposición y allá que nos encajamos en el edificio donde
Torrado ha plantado sus reales, como presidente perpetuo. El
motivo de mi visita está encaminado a ver si me es posible
pegar la hebra con el presidente para que me saque de
ciertas dudas que tengo yo con relación a un asunto por el
cual siento curiosidad. Pero mi gozo en un pozo, y todas mis
esperanzas, a paseo. Porque me dicen que el presidente no se
encuentra en el edificio. Algo lógico, tratándose de un
cargo que lleva consigo unas relaciones frecuentes, lejos
del despacho. De momento, me conformo con que Pepe Torrado,
presidente de la Autoridad Portuaria, y lector de estas
páginas, lo reseño porque me consta, sepa que he ido a
verle.
VIERNES. 6
Tomo café con dos viejos conocidos. Debo decir que con ambos
he mantenido mis diferencias por razones de trabajo. Lo cual
no es óbice para que la charla transcurra con normalidad e,
incluso, saquemos a relucir batallitas del pasado. Anécdotas
que nos satisfacen recrearnos en ellas. Es lo que sucede
cuando surge el nombre de Pepe Cosío, quien fuera
cronista oficial de Ceuta y un singular personaje ceutí. Mis
conocidos me cuentan lances de Pepe, durante viajes de éste
a Portugal y a Madrid, para asistir a la Feria de Fitur. Y a
cambio, yo les hablo de mis días de amistad con él, después
de habernos observado mucho tiempo y a cierta distancia. El
vozarrón de Cosío era inconfundible. Y fue su tarjeta de
presentación el día que puso los pies en el interior del
Hotel la Muralla, recién llegado yo a la ciudad. Aquel día
derrochó andalucismo, contando lo bien que se lo había
pasado en Ronda, durante las vacaciones. Y se le hacía la
boca agua hablando de los vinos de Jerez, que acompañados
después por una buena comida y rematado todo con un buen
puro canario, son capaces de resucitar al muerto más muerto,
decía. Mucho tiempo después, me encaró una mañana para
decirme lo siguiente: “Llevo toda una vida escribiendo
artículos y me leen unos pocos. Y a ti te leen los pocos que
me leen a mí y muchos más. Cuando llevas nada y menos
escribiendo periódicos ¿Me puedes explicar cómo es eso...?”
A partir de ahí creció nuestra amistad y muchas veces se nos
vio copeando por bares céntricos. Y hasta tuve la suerte de
que me llevara a su casa para enseñarme su biblioteca y su
modo de trabajar. De modo que en cuanto se presenta la
ocasión, a mí me causa una enorme satisfacción hablar de
Pepe Cosío.
SÁBADO. 7
Cuando se me pregunta si conozco a Antonio López,
miembro del Gobierno de la Ciudad, dudo lo suficiente como
para que la persona que me pregunta al respecto se percate
de que me he quedado en blanco. Y comienza a darme
explicaciones. Y termina por hacerme una prosopografía
completa de él. Y ni aún así soy capaz de responder que ya
sé quién es el diputado del cual me habla. Pero hoy,
repasando el periódico de ayer, he visto su fotografía
ilustrando una información y he descubierto que a López le
conozco yo hace la tira de tiempo. Pero he de confesar, y no
se les ocurra inquirirme por qué, que no tenía la menor idea
de que fuera gerente de la Empresa Municipal de la Vivienda
de Ceuta (EMVICESA). Y es que hay cosas que son
inexplicables. Y ésta es una de ellas. También es cierto que
mi relación con Antonio, persona dinámica, bulliciosa,
preparada, y amable, se ha limitado a intercambiarnos los
adioses habituales. Aunque es bien cierto que una vez
estuvimos sentados juntos a una mesa compartiendo una
cuchipanda, para celebrar un acontecimiento al cual fuimos
invitados. Y no hay más...
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