Me invitan a una comida organizada
por el Centro Gallego en la quinta planta del Hotel Tryp. Y,
aunque nunca había participado en un acontecimiento
celebrado por esta asociación, me da en las pituitarias que
me lo puedo pasar más que bien. Acepto encantado. Y acierto
plenamente. Puesto que la comida ha sido un éxito
indiscutible.
Un éxito de público: ya que cien personas han asistido a la
comida. Y ellas han hecho posible que en el salón del hotel
haya reinado la alegría durante varias horas. Una alegría
contagiosa. Que se ha ido extendiendo de una mesa a otra
hasta que el local se ha visto invadido por un bullicio
festivo incomparable.
He compartido mesa con varios matrimonios. El formado por
José Antonio Rodríguez y esposa; Mabel Deu y su
marido, Jaime; Enrique Palomino y Paquita;
Adela Nieto y Antonio, y he disfrutado con la
conversación de Ángel Díez Nieto.
He departido, durante un buen rato, con Juan Vivas y
Pedro Gordillo. Nos hemos reído con algunas anécdotas
que han salido a relucir y me he alegrado de ver que el
vicepresidente ha vuelto a mostrar su mejor semblante. Los
dos han estado muy amables conmigo. Y a mí, por tanto, sólo
me cabe referirlo.
Pero el personaje de la tarde ha sido Raimundo Romero:
secretario de la asociación. Un animador extraordinario. Que
nos ha hecho pasar unos momentos estupendos. Raimundo, a
quien no tenía el gusto de conocer, ha sido capaz de
amenizarnos la fiesta con sus intervenciones, tan atinadas
como medidas. De modo que he salido del establecimiento
encantado de saber que todavía hay personas con esa
capacidad de hacer que los demás sonriamos y nos lo pasemos
la mar de bien.
Raimundo, durante el rito clásico de preparar la queimada,
ha estado magnífico pronunciando una de las
“bienaventuranzas”. Y a continuación ha hecho gala de su
enorme sentido del humor mientras dirigía el sorteo de una
serie de regalos. No faltaron tampoco las palabras cálidas,
aderezadas con ironía, de Rogelio Martínez, el
presidente.
Ni que decir tiene que el menú fue excelente. Y que todos
los invitados nos hemos sentido gallegos durante varias
horas. Y que podría ir enumerando detalles destacados, con
que los dirigentes del Centro Gallego han conseguido
deleitarnos. Lo cual es de agradecer, sin duda, sobre todo
para darnos cuenta de que actos así son muy necesarios.
Sonó el acordeón y la letra de “A Rianxeira” endulzó el
ambiente. Y entonces me acordé de que tenía que escribir
estas líneas y que apenas me quedaba tiempo para ello. Y
salí pitando del salón de la planta quinta del Tryp, no sin
antes despedirme de las personas más cercanas. Cuando todas
ellas estaban disfrutando de lo lindo. En fin, que no he
tenido más remedio que decirle a Raimundo, secretario de la
asociación, que no deje nunca de invitarme a cualquier acto
que celebren.
Y debo añadir, porque lo creo conveniente, que en la planta
baja del Hotel Tryp, Andrés Martínez, mi estimado
Tato, estaba recibiendo un homenaje por parte de todos
los ingenieros técnicos de esta ciudad. Le prometí bajar y
brindar con él, pero me ha sido imposible. Ya brindaremos
cuando nos veamos. La columna de hoy está hecha deprisa y
corriendo. Y ya no sé si subo o si bajo.
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