Recorro las estaciones del Metro
de Barcelona, solamente la L-5, para comprobar el
dimensionado de las mismas en una especie de auditoría sobre
proyectos de modernización que una empresa ajena al
ayuntamiento barcelonés efectúa. Ya me queda poco para
volver a la senda del jubilado parcial.
Es un trabajo tranquilo, sin agobios y muy interesante en
cuanto a la apreciación de la vida urbana subterránea.
Los túneles y estaciones del Metro, con sus
correspondencias, significan una auténtica ciudad bajo la
superficie. Dispone de todo lo que uno encuentra por las
calles barcelonesas: desde tiendas y bares hasta talleres de
reparación de vehículos.
He observado que en muchas estaciones “reside” un montón de
gente, mayoritariamente hombres, que yacen sentados en los
numerosos bancos de cada estación y absortos en sus
problemas sin que les moleste el vaivén de los pasajeros, el
ruido de la cacofonía y de los trenes, ni siquiera cuando
las corrientes de aire subterráneo les despeina.
Algunos me dicen que son parados y que no hacen más que
matar el tiempo, a la vez que se interesan por lo que estoy
haciendo. Son muchos.
De todos, hay uno que está muy desesperado pero que sin
embargo no lo aparenta. Ese, por lo que se ve, ha tomado la
vida con filosofía oriental y pasa de todas las convenciones
sociales y de convivencia haciendo oídos sordos a todas las
advertencias e indicaciones sobre seguridad que se le hacen.
Esa persona, en concreto, hace casi toda su vida en una de
las estaciones del Metro. Eso no tiene mucha redundancia
mediática, miles lo hacen al menos en horarios de
funcionamiento de las líneas, y ello lleva a que se ponga en
plan doméstico… y fumando en lugares prohibidos
expresamente.
De hecho, en toda la red del Metro de Barcelona está
terminantemente prohibido fumar, yo que soy empedernido
fumador me veo obligado a salir a la superficie, no
solamente porque moleste el humo sino simplemente por
medidas de seguridad extrema. Figúrense Vds. que hay un
escape de algún fluido inflamable y uno enciende el mechero…
¡bum! Incendio a la vista y muy difícil de apagar por la
tupida red de túneles y conductos perfectamente ventilados
con corrientes de aire que en vez de apagar las llamas las
propaga con relativa rapidez.
En todo el subterráneo existen materiales altamente
inflamables, cables y demás.
También se puede observar que en casi todas las estaciones
se cuelan la gente sin pagar, mayoritariamente
sudamericanos, saltando por encima de los torniquetes, en
las estaciones todavía sin modernizar su línea de peaje;
pasando detrás de otro pasajero cuando se abren las puertas
de acceso de las estaciones modernizadas; colándose por
debajo de la barra en las entradas para minusválidos;
entrando por las dobles puertas de salida cuando un pasajero
sale y con ello permite que la segunda compuerta se libere.
A pesar de que, si son sorprendidos sin billete, la muta es
de 30 euros, además de la correspondiente denuncia en
comisaría, cuando el billete cuesta poco más de un euro.
Como no es mi trabajo el vigilar a los pasajeros no puedo
dirigirme a esos y esas caraduras sinvergüenzas que dañan a
los demás pasajeros que sí pagan.
Lo que me extraña aún, pese a mis largos años en la empresa,
es que disponiendo el Metro de vigilantes jurados, algunos
con enormes y feísimos perros, no hagan absolutamente nada
sobre el asunto. Parecen que están ahí como objetos
decorativos.
Lo de los vigilantes es debido a que muchas estaciones están
totalmente automatizadas y no disponen de taquillas. En cada
estación existe una cabina del jefe de la misma… pero
cualquiera le dice que vigile la colación de gente, suele
contestar que no es su trabajo y que no quiere que un día le
claven un navajazo. Sus razones tendrá porque no aún ignoro
cuál es el trabajo del Jefe de Estación si sólo es su propio
jefe.
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