El miércoles pasado, tras leer la
programación de Canal +, decidí ver una película de terror,
llamada “Habitación sin salida”. Una pareja en coche se
adentra en una carretera secundaria para hospedarse en un
motel. Y mientras es atendida por el jefe de recepción, y al
parecer único empleado, las dos personas oyen alaridos que
salen de la habitación contigua...
Los gritos agudos y penetrantes, con trazas de proceder de
personas que estaban siendo torturadas, eran tan dolorosos
como terroríficos. Y un canguelo enorme recorrió mi cuerpo.
Y a punto estuve de apagar la televisión (prefiero escribir
televisión y no televisor), para evitarme tan mal trago. No
lo hice, claro.
Pero lo primero que se me vino a la mente, por estar tan
reciente, fue lo mal que lo estaría pasando Ramón Moreda,
secretario de Acción Sindical de Comisiones Obreras. Porque
en su escrito, titulado “A saber lo que haría” y publicado
en los medios el 1 de febrero, nos alertaba sobre los
alaridos que él había oído, procedentes del interior del
Centro de Menores, cuando pasaba por allí caminando hacia el
monte.
A propósito: “A saber lo que haría”, el artículo de marras,
ha desaparecido de la red, como por arte de ensalmo. Como si
así pudieran ocultar el cuerpo del delito. ¿Por qué será?...
Bueno, a lo que iba. Que se me vino a la mente el nombre de
Moreda, pobrecito mío. Y hasta me lo imaginé con su pelo
eréctil, como un demonio, debido a los lamentos oídos. Y
dije, tate, a este muchacho se le ha inflamado cada músculo
de cada pelo, llamado horripilador, como consecuencia del
miedo. Y tentado estuve de interesarme por él. Sí, con el
único fin de recomendarle a un especialista, conocido mío,
que trata tales casos con una sapiencia admirable.
Pero, amén de sentirme muy preocupado por la situación de
terror que estaba viviendo el secretario de Acción Sindical
de CCOO, hice la siguiente reflexión: ya es mala suerte que
este hombre, que iba caminando hacia el monte con sus kilos
y su cayado, con el fin de alejarse del mundanal ruido, haya
pasado por el Centro de Menores a la hora, justamente a la
hora, que suele torturarse en ese edificio. Ya es mala
suerte. Y, sobre todo, un castigo muy severo para Ramón
Moreda; quien, como funcionario en activo, trató siempre con
mucha delicadeza a cuantas personas desvalidas se acercaban
a él pidiéndole celeridad en el arreglo de los papeles que
necesitaban para solucionar sus problemas, en el menor
tiempo posible.
Y no pude por menos que hacerme a la idea de que el
sindicalista iba a necesitar no sólo al especialista en
pelos erizados por jindama de alaridos, sino también los
servicios de un sicólogo. Y si me apuran, dadas las noticias
que me han ido llegando últimamente, puede que tampoco se
descarte la necesidad de que lo vea un médico de los
nervios: si no aparece cuanto antes un niño dispuesto a
declarar que sigue teniendo el cuerpo cárdeno de las palizas
que le dieron hace meses en el reformatorio.
De momento, me han dicho que Moreda se ha sosegado un poco:
en principio porque cuenta con el apoyo de la ejecutiva del
sindicato. Cuyos miembros han dicho que van todos a una. Y
luego, porque hay un ex vigilante del centro que está
dispuesto a declarar lo que sea... Y ahora, de verdad de la
buena, quien se aterra soy yo. Y es que CCOO asusta cuando
se lo propone.
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