Es una evidencia que, aunque no se
avance con la rapidez que la impaciencia pide, las obras que
se están llevando en determinados puntos de la ciudad, y las
que aún llegarán, servirán para ganar espacios para la
ciudadanía, para dotarla de un mejor servicio en base a la
calidad que se le aporte con infraestructuras necesarias y
complementarias que constituyen un todo en el que el
beneficiado es el vecino.
El ejemplo del acceso norte al barrio del Príncipe Alfonso,
el que se adentra hacia el famoso Puente del Quemadero, es
clarificador de cómo se gana un espacio para la ciudadanía.
Lo que ahora se levanta como una excepcional plazoleta
pública, con sus zonas ajardinadas, arboleda y solería a
juego con un entorno abierto, cómodo y espacioso, era hace
sólo tres años un lugar donde emergían barracas y chabolas,
cuando no un derribo que afeaba una zona, entonces, que
demandaba actuaciones.
Ahora es un nuevo espacio creado para el esparcimiento
ciudadano, una zona futura de juegos para niños y una
infraestructura que sirve igualmente para provocar un
ensanche buscado e ideado del acceso al Príncipe Alfonso,
absolutamente necesario para el buen discurrir por la zona
del tráfico rodado y del servicio público de autobús.
Pero el Príncipe cuenta con más espacios degradados. La
recuperación del poblado legionario donde ahora se levantan
edificios de calidad que proporciona una idea más ordenada
del necesario urbanismo no respetado desde hace décadas, no
fue más que el inicio de un plan global de reforma que se
ejecuta desde entonces a medio y largo plazo. Esto no puede
ser nunca flor de un día y sí de una planificación con
inversión plurianual como para que en 2015 el Príncipe no se
parezca a lo que fue y se convierta en un espacio más
accesible y acorde, aunque con sus especificidades a lo
Albaicín, con la dinámica de una ciudad que mira al futuro
desde todos sus ámbitos.
La recuperación de zonas degradadas es una excelente fórmula
para ofrecer más ciudad a los propios ciudadanos.
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