Te has ido, Fernando. Te has ido tal vez porque la caverna
negra tiró de ti y te hipnotizó con la tentadora gruta de
los sueños o tal vez porque la dama del alba desplegó sus
envenenados encantos para seducirte o trastocar la selección
del elegido.
O tal vez te has ido porque el camino se volvió oscuro y te
enredó la hiedra entre las infranqueables paredes del foso
desbordado.
Para serte sincera, como te decía algunas veces, no me
importa. No me importa el motivo. Me importa la
consecuencia: este dolor.
Este dolor profundo que discurre errático y furtivo
arrastrando rastrojos y recuerdos. Este dolor de río
salvaje, casi perpendicular, que saquea y derriba hasta
revolver o derrumbar y desconcierta y acosa convertido en
dueño…Este dolor imposible de controlar.
No me asalta como desconocido, que la tragedia es cíclica e
insistente, pero me invade por poderoso y desgarra las
entrañas como una zarpa afanada en su labor.
… Y sólo han transcurrido tres días. No sé si me parecen
tres años o tres milenios. Se paró el tiempo con la última
llamada; se quedó todo el pasado con tu nombre y se extendió
la gruesa alfombra de la Fortuna levantando con un resorte
tu imagen en variadas estampas: profesor especial, Jefe de
Estudios irremplazable, camarada insustituible. Caben todas,
la de genial dibujante, la de leal compañero, la de
divertido comensal.
Algunas facetas tuyas eran conocidas, tan evidentes… Otras,
intuibles apenas, como la de agudo escritor. Las más, se
transmitían en el trato afable, sereno, afectivo, sin
descubrirse en su dimensión o abundancia, pero se escondían
en el turbulento fondo que define la vida de los artistas,
la doble vida de los artistas. Hay que esconder tanta
sensibilidad, hay que ocultar la carne viva, la irrigación
sanguínea, el magma fermentando la impresión.
Hay que hacerlo y me sumo a la obligación.
Las horas se dilatan desde el beso en la frente que te
prometí en el mensaje que ya no leíste y a partir de hoy
todo es mañana.
La buena intención demandará de mí una sonrisa; el disimulo
sólo requiere un poco de práctica.
Pero sabe, amigo mío, que la empañada alma que
interseccionaba con la tuya guarda intactas las tinieblas
que enraizaban en el viento cuando conversábamos y que,
aunque eche doble llave en el candado con que cierro la
parte del corazón donde guardo los fragmentos que quedan
cuando se rompe, no pienso desprenderme de ellos, ni
recomponerlos para que representen otra cosa.
Ahí estás tú y los añicos que me convierten en ti y en lo
que fuiste.
Y como fuiste un hombre maravilloso y admirable, algunas
noches de luna vándala me asomaré a los restos guarecidos
para mirarte y contemplarte. Para sentirte próximo en tus
pedazos, negándome a olvidarte.
A partir de mañana, las secuelas, fingidas, pero el latido,
fuerte, mantendrá vivo tu latido.
Y merecerá la pena.
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