Estamos de nuevo con el sol,
brillante y luminoso, encima de nuestras cabezas tras pasar
unos largos días muy parecidos a los que pasan los lapones y
con un tiempo más parecido al que corre por las islas
caribeñas que por estas latitudes.
Sol que desde muy temprano entra de lleno en casa y me
deslumbra totalmente al intentar escribir éste artículo.
Como no puedo mover la herramienta de trabajo, muevo la
persiana aunque reste calor en el entorno. La ubicación de
mi casa en el concepto paisajístico de la gran ciudad es
formidable: sus tres fachadas reciben de pleno el sol en
cada hora correspondiente, obvio cuando el día no amanezca
nublado.
En fin, una simple nota de la cotidiana vida de uno con la
que inicio este artículo que tratará sobre urbanismo dentro
de las pautas a las que alcanzo con dificultades porque no
soy tan erudito como quisiera.
Todo el mundo sabe que la institución fundamental del
urbanismo en España, como en el resto de países, es la
ciudad.
La utilización de las herramientas de urbanismo por
instituciones oficiales y/o personas carece normalmente de
un criterio homogéneo y unificador para definir la ciudad y
puede clasificarse en cualitativo o cuantitativo.
A pesar de que los especuladores juegan fuerte en este
aspecto del urbanismo, el cuantitativo (permite medir y
comparar espacios), todos debemos insistir en que prime el
aspecto cualitativo por su condición fisonómica y
morfológica, cosa que no ocurre a menudo.
Así y todo, las competencias sobre urbanismo, aunque sea la
ciudad el primer fundamento del mismo, ha de ser regida por
entes superiores que controlen el ejercicio de manera
uniforme y adecuada a las condiciones imperantes en los
respectivos territorios.
En el caso de nuestro país, al existir gobiernos de
comunidades autónomas, el gobierno central está plenamente
condicionado a delegar esa competencia en ellos, toda vez
que resultaría imposible controlar todo el territorio
peninsular e insular por un solo ente sin que surjan
desavenencias o situaciones abusivas.
Ahora bien, para asumir estas competencias, las
instituciones deben saber que dominan un instrumento que
abarca todo su territorio, con sus ciudades, pueblos y
aldeas para que la cosa no se desmadre, escribiendo en
sentido llano.
La decisión de las autoridades de nuestra ciudad, de no
asumir las competencias de urbanismo, es una decisión sabia
y necesaria que obligará al Gobierno de la Nación a estar
más pendiente de ella en la dinámica urbana.
Todo lo contrario de Melilla, que al insistir en querer las
competencias sobre urbanismo, destapa la olla de la
desconfianza hacia los políticos que la gobiernan sin obviar
que, en el hipotético caso de que el Estado cediera las
competencias, tendrían que subsistir con sus propios medios
financieros y, además, crear un impuesto especial (IVA, o de
lujo) porque tendría que aportar a las arcas estatales la
parte correspondiente de los mismos y ello llevaría
irremediablemente al fraude, si no a la bancarrota
ciudadana.
Disponer de las competencias de urbanismo está bien cuando
se trata de gobernar sobre un mínimo de cincuenta
poblaciones, que mueve mucho, pero no encaja en el concepto
de ciudad solitaria porque entonces el desmadre sería
demasiado complejo y oneroso para la propia ciudad.
Bueno, doctores hay en el país que expondrían, mucho mejor
que uno, los complejos sistemas que arropan las competencias
de urbanismo, pero con algo he de llenar esta ventana ¿no?
En fin, poco me queda ya en mi etapa de empleado parcial
cumplidor del turno de 2009 y quitarme de encima las
complejidades de la arquitectura, con sus dimensiones y
demás, para dedicarme de lleno a no hacer nada el resto del
año. Bueno, es un decir, hacer, algo haré para no pasarla
canutas con la crisis porque el poder adquisitivo de uno
está por los suelos.
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