Procede de ese movimiento vecinal
que fue, junto al movimiento obrero, uno de los principales
movimientos sociales de base de la transición. Habitante de
barrio, que bien pronto comenzó a interesarse por los
asuntos que le concernían a su territorio, uno tiene la
impresión de que Gregorio aún vestía pantalón corto cuando
decidió convertirse en cabecilla de las reivindicaciones del
lugar donde vivía.
A García Castañeda lo visité yo varias veces cuando
estaba al frente de una pequeña tienda de comestibles, sita
en la periferia, y debo decir que siempre me atendió con
suma amabilidad y que nunca dudó a la hora de contestarme a
las preguntas que le hice. De su paso por la Federación de
Asociaciones de Vecinos de Ceuta, poco se puede decir que no
se haya dicho ya. Creo que lo ha sido todo y que todos los
miembros de este organismo no dudan a la hora de consultarle
cualesquiera problemas que vayan surgiendo.
Ha sido siempre así, desde tiempo ha, y no creo que haya
motivos para que esas relaciones se interrumpan, por un
quítame allá esas pajas. Y mucho menos si consideramos que
Gregorio ocupa un cargo que, a la chita callando, está
repleto de tentáculos poderosos. Y que él, como
viceconsejero de Equipamientos Urbanos, sabe usarlos
divinamente.
Tampoco conviene olvidar su veteranía como político: pues
lleva un montón de años ejerciendo esa actividad. Y se ha
preocupado, además, de conocer todos los entresijos de la
Casa Grande; es decir, del Ayuntamiento. De manera que
circula por los despachos con tan grande bagaje de
conocimientos que le permite no perder el mínimo de tiempo
cuando se trata de agilizar cualquier trámite
correspondiente a su tarea.
Si a lo ya reseñado le unimos las magníficas relaciones que
mantiene con casi todos los funcionarios, pues miel sobre
hojuelas. Pero todas esas ventajas de las que se aprovecha
este viceconsejero, al frente de las dotaciones básicas de
la ciudad, las ha adquirido mediante el esfuerzo diario, la
constancia en el trabajo y el deseo permanente de saber cada
día más acerca de cuanto corresponde a sus obligaciones.
Se preguntarán ustedes a qué viene en estos momentos el que
yo destaque los méritos de Gregorio García Castañeda, cuando
lleva tantísimos años haciendo lo mismo y obteniendo los
mejores resultados. Por una razón muy sencilla: porque jamás
su nombre apareció reflejado en esta columna. Y creo que era
un olvido imperdonable. Por más que me exponga a que el
viceconsejero termine exclamando, y no sin razón, lo de “A
buenas horas mangas verdes”.
En fin, que nunca es tarde... Y en este caso, debido al
trabajo bien hecho de este político, curtido en labores
oscuras, me sentía obligado a dedicarle estas líneas. Sí: ya
sé que los elogios destinados a Gregorio harán posible que
sus enemigos, que los tiene, al igual que cada quisque,
acumulen bilis suficiente para poner en duda cuanto he
referido. Y hasta dirán que en vez de regalarle tantos
ditirambos, más me valdría cerciorarme de si un
viceconsejero tan poderoso, lo cual no se puede negar, tiene
a alguien por encima capaz de controlarle. Pero hoy toca lo
que toca. Y a otra cosa, mariposa.
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