Nunca he creído que nadie tuviese la autoridad suficiente
para otorgar títulos de “demócratas”, pero siempre he sabido
que la democracia es una casa grande que construimos entre
todos y en la que caben muchas formas de hacer política.
Unas más acertadas que otras, unas que miran al pasado y
otras que miran al futuro, unas que niegan la evidencia
mientras la realidad destroza a los ciudadanos y otras que
aportan día a día soluciones, unas que protegen a los bancos
y grandes inmobiliarias y otras que defienden a las familias
y empleados.
De todas las formas posibles de hacer política que la
democracia soporta, existe una muy parecida a la dictadura,
que se encuentra en los límites porque utiliza a los
ciudadanos intentando sembrar desesperanza y miedo, y
erosiona al propio sistema democrático, con el objetivo de
conseguir cotas de poder con la más descarada y desmedida
ambición personal.
Esta forma de hacer política la podemos ver en el nuevo
populismo floreciente y a su vez marchito en Hispanoamérica,
y mucho más cerca de nuestras calles, en aquellos que se
encuentran instaurados permanentemente en un discurso gris,
falaz, mediocre e insultante, capaz de criminalizar a los
ceutíes y sus instituciones, con oscuras, pero no por ello
ocultas intenciones.
Esta forma de hacer política también es reconocible por la
radicalidad de sus ideas, por decir defender a quienes
precisamente machacan, por la intolerancia frente a otros
pensamientos, por intentar ir siempre de víctimas de un
inexistente sistema opresor, por sus quiméricos programas
políticos al más puro estilo Hollywood, por montar
espectáculos circenses basados en la ucronía, por estar
siempre representados por un líder que se eterniza en el
poder, de tal forma que cuando este desaparece, se evapora
todo el entramado, demostrando que todo era un montaje
personalista.
A esta forma de hacer política no le importa, con sus
mentiras, infligir sufrimiento a los ciudadanos, a sus
familias, a su dignidad, a su futuro. Tampoco les carga la
conciencia utilizar para intereses espurios el sistema
democrático que nos regalamos día a día todos los españoles,
ni mucho menos les quita el sueño insultar hasta denigrar a
las instituciones públicas, a sus trabajadores y a sus
dirigentes.
Son precisamente estos radicales los que cada día me hacen
creer más en un sistema democrático sólido, fuerte, no
excluyente. Son estos aspirantes a dictador los que me hacen
defender más a aquellas políticas que, lejos de
personalismos, preservan una base ideológica perfectamente
integrada en todos los ámbitos de la Ciudad, a políticas que
entienden de vecinos y de servicios, a políticas que se
examinan cada cuatro años ante todos y cada menos tiempo
ante los suyos.
Son estos iniciados en el absolutismo, quienes patrocinan el
“todo para mi menda”, los que me hacen ver con más claridad
quién es un verdadero político en mi Ciudad, es decir, quién
es el que verdaderamente se preocupa por llevar la Ciudad a
buen puerto. ¿A qué también lo tienen claro?
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