Ahora que hemos tenido necesidad
de llevar a cabo un viaje en avión desde Sevilla a Las
Palmas de Gran Canarias, al repasar las instrucciones de
vuelo que se facilita a los viajeros, nos hemos encontrado
con que la compañía aérea nos trata con toda familiaridad. A
así leemos: “por favor abróchate el cinturón mientras
permaneces sentado”. “Chaleco salvavidas debajo de tu
asiento”. O, también, en una revista que facilitan al
viajero, un anuncio de equipos de sonidos que avisan de que
“tus oídos están de suerte” por oír tal o cual música. Otro
anuncio: “te ofrecemos en exclusiva la última entrega…” “Te
ofrecemos una relación de lo mejor del disco”. “Tus oídos te
lo agradecerán”…
Y nos vino a la memoria el pequeño episodio, que no
incidente ni fruto de nuestra imaginación, vivido en Madrid
estando en una taquilla de RENFE con ocasión de un
esporádico viaje a la capital de España, donde acudimos a
solicitar información respecto de los trenes que hacían el
recorrido hacia Andalucía y allí nos topamos con una
señorita que no aparentaba más de veinte años de edad, la
que con cierto tono altivo nos informaba: “mira tienes un
tren AVE hasta Málaga; tienes otro tren también de la línea
AVE hasta Sevilla; puedes coger una línea TER hasta Cádiz o
puedes tomar el Expreso Madrid-Algeciras”, con tal grado de
familiaridad que, sin llegar a asombrarnos (ya en estos
ciclos de la vida se está curado de espantos), nos aturdía.
Son cosas que, en la actualidad, como se suele decir,
figuran dentro del orden del día pero a quienes, como
nosotros, estamos “chapados” a la antigua, no nos sienta del
todo bien. Y menos cuando hemos recibido una educación
basada en el respeto, miramiento, consideración y
deferencia, o sea, cualidades todas que se nos inculcaron en
nuestra niñez y que, por suerte, la mayoría de los
ciudadanos de cierta edad (pongamos los mayores de cincuenta
años) conservamos.
No es de recibo, a nuestro parecer (habrá quien opine lo
contrario y lo respetamos), que un joven emplee con suma
facilidad y desembarazo el tuteo para dirigirse a una
persona mayor (sin conocerla de antemano), principalmente a
sus profesores como se aprecia comúnmente, pues nos suena a
grotesco, ridículo o extravagante (según el diccionario de
la lengua española fuera del orden o común modo de obrar).
Si no, dígannos que les parece , por ejemplo, en clase de lo
que siempre hemos llamado bachillerato o selectividad donde
asisten alumnos que rozan o sobrepasan la mayoría de edad,
se dirija uno de ellos a su profesor (no exijamos ya que se
levanten del asiendo) tuteándolo, haciendo gala de una
familiaridad y confianza en el trato rayana en lo
esperpéntico que por su excesiva llaneza, sencillez y
confianza nos haría exclamar un: “ haga usted el favor de
utilizar el mismo trato que nosotros le dispensamos”, como
así se lo expusimos a la empleada de RENFE que nos atendió
en nuestra demanda de información a que antes nos hemos
referido y que ella, todo hay que decirlo, accedió en aquel
momento con diligencia y respeto a nuestra petición. La
lección, a nuestro entender, estuvo bien explicada. Lo que
desconocemos es si quedó asimilada por la eventual alumna e
incluida en su catálogo de normas que deben regir su
conducta humana.
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