Siempre, a lo largo de toda mi
vida, he sido un amante de la ley. La ley se puede
equivocar, porque está hecha por los hombres y los humanos
siempre estamos predispuestos a cometer errores. Pero la
ley, con sus posibles errores, está para cumplirla y para
acatarla con todas sus consecuencias, y aquel que no la
cumpla ya sabe lo que le puede esperar, un castigo.
No se puede ir contra nadie, acusándole de algo, diciendo
que le acusa porque se lo han contado y, después de hacer la
acusación alegar que no puede decir el nombre de quien le ha
contado semejante caso. Esa acusación sin testigo que
justifique la misma, da la sensación, no extraña, que se
trata de un montaje absurdo para hace daño a alguien.
Las acusaciones, para que tengan un viso de realidad, se han
de hacer con todas las consecuencias y con pruebas
suficientes de que son ciertas, y no basándose en simples
rumores o porque un día uno que no tenía nada que hacer me
lo contó.
Acusar, por acusar, sin prueba alguna de que esa acusación
es cierta, es un delito que tiene castigo por difamación y
calumnia, hacia la persona o personas que se ha acusado sin
prueba alguna, y la ley tiene resortes suficientes para
condenar a quien o quienes hayan realizado esa acusación
basada en simples rumores.
A veces, por circunstancias de la vida, algunas personas por
intereses, realizan acusaciones falsas por aplicar aquello
de critica que algo queda después la realidad, por ser
diametralmente opuestas a esas acusaciones, tienen el efecto
bumerang y se vuelve contra aquel o aquellos, que por querer
ser el niño en el bautizo, el novio en la boda y el difunto
en el entierro, se lanzan a realizarlas como el que se lanza
sin paracaídas desde diez mil metros de altura. Talegazo
seguro.
Esa actitud de lanzarse sin paracaídas desde esa altura, es
sólo el recurso que les queda a todos aquellos de mentes
calenturientas que han perdido el oremus y ven como, cada
día, se le viene más abajo el tinglado que tienen montado
para seguir estando en el machito, sin querer darse cuenta
de que el tiempo pone a cada uno en el lugar que le
corresponde y, de esa forma a él o a ellos, les coloca en el
furgón de cola sin posibilidad alguna de seguir avanzando,
todo lo contrario retrocediendo a pasos agigantados hasta
caer en el pozo del olvido.
No entiendo, como todos estos que realizan tales acusaciones
sin comprobar si tienen viso de realidad o alegando que la
hacen porque se lo han contado, se autodenominan personas
inteligentes. Las pruebas me viene a demostrar que de
inteligentes tienen lo que yo de premio Nobel de Literatura.
Pienso que todos ellos, son personajillos acabados, a los
que no les queda recurso alguno para seguir pareciendo ser
alguien en esta tierra. En realidad nunca fueron nada, pues
cuando tuvieron la ocasión que, ahora, con tanto afán
buscan, cometieron errores de bulto, que dice muy poco en su
favor de esa capacidad intelectual que ellos mismos dicen
poseer. A no ser que sus cerebros carcomidos por el
gusanillo de la ignorancia lo hagan, cada vez, mostrase tal
y como son, unos ignorantes.
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