2009: año para la reflexión;
propuesta de un don nadie. Sólo queda pendiente del refrendo
social. En cualquier caso, desde que la Organización de las
Naciones Unidas proclamó el 2009 como el Año de la
Astronomía para conmemorar los cuatrocientos años de los
primeros descubrimientos astronómicos de Galileo Galilei,
bajo la luminosa señal de “el universo para que lo
descubras”; y, a su vez, los obispos españoles han declarado
el 2009 como año de oración por la vida, con el signo de
“bendito sea el fruto de tu vientre”, bien pudiera
servirnos, tanto para creyentes como para los que dicen no
creer en nada, como deber meditativo.
La meditación, que dicen es el ojo del alma, puede ayudar a
vernos en ese rincón del universo del que formamos parte,
sin exclusiones, y que podemos mejorar cada uno, desde su
cada cual. Siempre se ha dicho que un grano hace granero. Al
fin y al cabo, toda la tierra está al alcance del ser
humano. Lo malo es cuando sólo la alcanzan unos pocos para
sí. Entramos en desigualdades como ahora. Porque no hay
crisis económica, lo que si hay es una galopante crisis de
solidaridad y de caraduras viviendo a cuerpo de rey,
mientras otros se pudren en la miseria. Un seguro de amor a
todo riesgo es lo único que puede salvarnos de la hipocresía
convenida y convalidada por una sociedad leonífera, a más no
poder, entre todos los poderes.
Es cierto que, en casi todas las culturas y civilizaciones,
la metáfora del cielo está empapada de místicas. No pocos
artistas, cuando sienten la necesidad de recogimiento e
inspiración, bucean sus miradas por las entrañas del
universo cuajado de vida. Sólo la rudeza, ciega noche sin
luna ni estrellas, nos hace olvidarnos de vivir. Debieran,
pues, emplearse a fondo el mundo de la ciencia y del arte,
de la sabiduría en suma, para poner en valor y hacer valer
que en los seres vivos y en las fuerzas de la naturaleza
impere un poético orden, cuya pureza hay que salvarla de
este caos inhumano que nos desgobierna la vida.
Lo suyo es descubrir el universo en el corazón de las gentes
e imbuirse de su abecedario armónico. Que un mundo bien
ordenado y fecundo requiere gobernantes investidos de
legítima autoridad y pueblos libres. Si como dijo Galileo,
las matemáticas son el alfabeto con el cual Dios ha escrito
el universo, bienaventurada sea la vida, que lo es para ser
vivida. La apuesta de una cultura que nos describa el
maravilloso universo de la poética del amor, lejos de la
estupidez humana, es tan urgente como necesaria. Si
supiéramos mirar realmente al cosmos, al visionar los golpes
a traición incrustados en el mundo unos contra otros, se nos
encendería la conciencia. Sería bueno para apagar el
sinsentido consentido, la deshumanización tolerada. Desde
luego, deberíamos tomar otros hábitos más humanos, más de
vida, puesto que una sociedad que legitima guerras, aborto y
eutanasia, acabará matando como divertimento y ahorcándose
asimismo en su indigno hábitat, por muy bello que sea el
universo y todo hable de Dios.
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