Saco la moto para acudir al
trabajo, al cabo de un kilómetro rodando decido regresar y
meterla en el garaje. El tiempo frío me aconseja dejarla por
hoy. Tampoco quiero coger el coche.
Tras dejar la moto bien asegurada en mi propio garaje,
marcho a la cercana parada del autobús para cogerlo.
Normalmente sale a los 15 y 45 minutos de cada hora (a los 5
y 35 en las primeras horas de la mañana), pero hoy ha parado
en la parada a los menos 5 minutos. Diez minutos de retraso,
más la media hora que perdí con la moto.
El autobús (en realidad es un autocar) recorre la distancia
de 30 kilómetros que separa mi casa de la ronda Universidad
en poco menos de una hora (normalmente el recorrido lo hace
en 35 minutos en las primeras salidas) y luego me doy un
paseo de poco más o menos 600 metros hasta la boca del metro
de Universidad, de la Línea 1, recorrido que aprovecho para
gastar un poco de mi peculio fumando un cigarrillo cuyo humo
se evapora hacía arriba.
Hablando de humos, mientras viajaba en el autocar pude ver
cómo las chimeneas de la eléctrica, en el Besós, soltaba un
tremendo bufido cargado con espeso humo que parecía bastar
para cubrir todo el cielo de Barcelona. De hecho el espacio
aéreo estaba cubierto, no sólo en Barcelona sino en casi
toda el área metropolitana.
Entro en el metro y en el andén me encuentro con un tío, de
andrajosa vestimenta pero de buena calidad, que anda a
trompicones con una lata de cerveza en una mano y un
cigarrillo encendido en la otra. Cerca de allí dos guardas
vigilantes acompañados por un feísimo perro se dan el
palique pasando de infracciones.
Cumplo mis deberes laborales lo mejor que puedo, lo que ya
es decir.
Salgo de nuevo a la calle, entro en la estación de Plaça de
Sants de la Línea 5 y bajo en la segunda siguiente, Entença.
Para mi sorpresa el tío que me encontré en Universidad está
ahora merodeando por el vestíbulo de Entença. Con la misma
lata, u otra, de cerveza en la mano izquierda.
Como mi trabajo me lleva a permanecer en esta estación de
Metro, puedo observar cómo el tío de la lata de cerveza se
colaba en los andenes a través del paso de salida pulsando
una palanca que abría las puertas. No le digo nada porque
ese no es mi trabajo pero la sorpresa no acaba ahí, pues una
señora de buen ver, bien vestida y con andar elegante se
cuela igualmente pero esta vez agachándose todo el cuerpo
para pasar por debajo de los controladores rodantes
reservados para los minusválidos. Se ve que la vestidura no
hace al sinvergüenza.
Entro de nuevo en el andén dirección Horta, y en las
escaleras de acceso al mismo me vuelvo a encontrar al tío
andrajoso, pero cuya vestimenta es de buena calidad, fumando
a todo carrillo y sentado en el primer escalón de la
escalera. Le aviso de que no se puede fumar en el Metro y le
pregunto si le pasa algo. Va el tío y trata de soltarme un
rollo fenomenal sobre que lo han echado de la empresa, que
su mujer le ha puesto unos cuernos más grandes que el de los
ciervos y encima el juez lo ha mandado a la calle cuando fue
a solicitar la separación o divorcio. Además le ha caído con
que tiene que satisfacer una pensión a su exmujer y por
extensión al amante de ésta y al perro que el amante ha
traído consigo a su casa, la casa del tío andrajoso que
tiene que seguir abonando los vencimientos de la hipoteca
porque solamente está a su nombre…
Entre tanto el alcalde de Barcelona, Jordi Hereu, llora a
moco tendido porque los fabricantes de coches no quieren
hacerle el juego de exponer sus coches en el Salón del
Automóvil.
Me solidarizo con el pobre tío andrajoso pero de ropa de
buena calidad y, pese al pestazo que suelta a cada rebufo,
le acompaño en el sentimiento ofreciéndole una cajetilla de
cigarrillos Pall Mall. Se me queda como viendo visiones y
agradeciéndome el gesto se larga hacía la salida de la
estación. Menos mal. En su estado temía que se arrojara a
las vías del Metro.
En el andén dí aviso al vigilante jurado -con porra,
relucientes esposas de acero y demás herramientas de su
trabajo- para que vigile una posible trastada. El vigilante
solo da unos pasos hacía la escalera y vuelve como vino: con
aire fresco y chulo, importándole un pimiento lo que ocurra
en las instalaciones para las que fue contratado.
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