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OPINIÓN - VIERNES, 30 DE ENERO DE 2009

 

OPINIÓN / MIS COSAS

Mis cosas
 


ADE
ade
@elpueblodeceuta.com
 

Saber hablar bien, tener el don de la oratoria es muy difícil y, por eso, son escasas las personas que cumplen todos los requisitos para ser considerados buenos oradores.

En España, la de los españoles, que duda cabe que han existido y existen buenos oradores, capaces de cautivar con su verbo fácil y bien decir al personal, que escuchándoles se quedan embobados e incluso les sabe a poco el discurso pronunciado.

Para ser buen orador y, con ello, llegar al personal hasta tocar sus fibras más sensibles arrastrando a las masas hasta donde la quiere llevar, es necesario un gran conocimiento del idioma y, sobre todo, saber aprovechar los momentos en que se debe subir el tono al hablar o bajar el mismo.

No todos están dotados del donde la oratoria porque se quiera o no es un don que posee el individuo que está dotado de ello. El orador nace no se hace. Es como un actor interpretando un guión, pero sin guión delante, dejando gran parte de esa interpretación a la improvisación que, precisamente, es otro don que pocas personas poseen.

El buen orador, capaz de improvisar en determinados momentos, para tocar los sentimientos más sensibles de quienes le escuchan, debe tener esa capacidad de actor que le llevan a vivir el papel que están interpretando.

Capacidad del don de la oratoria y del don de la interpretación no están al alcance de cualquiera. Unir esos dos dones, necesarios para ser un buen orador, sólo está permitido a un selecto grupo de personas.

De los presidentes que ha tenido la democracia, el mejor orador que hemos tenido, no me cabe duda alguna, ha sido Felipe González. El ex – presidente, con su acento andaluz, tenía ese donde la oratoria que le permitía, en cualquier momento dar la contestación adecuada a sus oponentes aplicando a esas contestaciones, en multitud de ocasiones, el gracejo andaluz para decirle al personal lo que quería escuchar.

Cuando aquellos que no están dotados del don de la oratoria, quieren recurrir a ella creyéndose en posesión de la misma meten, en todas su actuaciones, la patita hasta el corvejón. Como decía la sabia de m i abuela “calladitos están mucho más guapos”.

Son muchos los que han querido copiar a otro de los grandes capacitados para decir lo que se quiere oír, Alfonso Guerra, pero ninguno por mucho que lo ha intentado le llega a la suela de los zapatos.

Hay personajes, más bien personajillos, que creen estar en poder del verbo fácil. Viven equivocados y en cada una de sus actuaciones, además de pegarle patadas al diccionario, cometen errores de bulto, que llevan a la carcajada a sus oponentes, poniéndole la contestación en bandeja de plata.

La culpa además de ser suya, la tiene todos aquellos aduladores que le rodean, dándole ánimos para continuar en esa línea de orador indiscutible, mientas le van diciendo “así es como se habla, poniendo a cada uno en su sitio”. De auténtica pena.

Lo peor, de estos personajillos, es creerse algo que no se es.
 

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