Saber hablar bien, tener el don de
la oratoria es muy difícil y, por eso, son escasas las
personas que cumplen todos los requisitos para ser
considerados buenos oradores.
En España, la de los españoles, que duda cabe que han
existido y existen buenos oradores, capaces de cautivar con
su verbo fácil y bien decir al personal, que escuchándoles
se quedan embobados e incluso les sabe a poco el discurso
pronunciado.
Para ser buen orador y, con ello, llegar al personal hasta
tocar sus fibras más sensibles arrastrando a las masas hasta
donde la quiere llevar, es necesario un gran conocimiento
del idioma y, sobre todo, saber aprovechar los momentos en
que se debe subir el tono al hablar o bajar el mismo.
No todos están dotados del donde la oratoria porque se
quiera o no es un don que posee el individuo que está dotado
de ello. El orador nace no se hace. Es como un actor
interpretando un guión, pero sin guión delante, dejando gran
parte de esa interpretación a la improvisación que,
precisamente, es otro don que pocas personas poseen.
El buen orador, capaz de improvisar en determinados
momentos, para tocar los sentimientos más sensibles de
quienes le escuchan, debe tener esa capacidad de actor que
le llevan a vivir el papel que están interpretando.
Capacidad del don de la oratoria y del don de la
interpretación no están al alcance de cualquiera. Unir esos
dos dones, necesarios para ser un buen orador, sólo está
permitido a un selecto grupo de personas.
De los presidentes que ha tenido la democracia, el mejor
orador que hemos tenido, no me cabe duda alguna, ha sido
Felipe González. El ex – presidente, con su acento andaluz,
tenía ese donde la oratoria que le permitía, en cualquier
momento dar la contestación adecuada a sus oponentes
aplicando a esas contestaciones, en multitud de ocasiones,
el gracejo andaluz para decirle al personal lo que quería
escuchar.
Cuando aquellos que no están dotados del don de la oratoria,
quieren recurrir a ella creyéndose en posesión de la misma
meten, en todas su actuaciones, la patita hasta el corvejón.
Como decía la sabia de m i abuela “calladitos están mucho
más guapos”.
Son muchos los que han querido copiar a otro de los grandes
capacitados para decir lo que se quiere oír, Alfonso Guerra,
pero ninguno por mucho que lo ha intentado le llega a la
suela de los zapatos.
Hay personajes, más bien personajillos, que creen estar en
poder del verbo fácil. Viven equivocados y en cada una de
sus actuaciones, además de pegarle patadas al diccionario,
cometen errores de bulto, que llevan a la carcajada a sus
oponentes, poniéndole la contestación en bandeja de plata.
La culpa además de ser suya, la tiene todos aquellos
aduladores que le rodean, dándole ánimos para continuar en
esa línea de orador indiscutible, mientas le van diciendo
“así es como se habla, poniendo a cada uno en su sitio”. De
auténtica pena.
Lo peor, de estos personajillos, es creerse algo que no se
es.
|