La última columna de ayer sobre
“Catolicismo y guerra justa”, ha desencadenado en mi correo
media docena de respuestas que intentaré zanjar con estas
líneas. Estamos de acuerdo en que la postura de la Iglesia
ha evolucionado en los últimos tiempos, pero la doctrina de
la “guerra justa” sigue vigente en el Magisterio Católico.
La versión que manejo del “Nuevo Catecismo para Adultos”
(versión íntegra del Catecismo Holandés, Editorial Herder,
Barcelona 1969) y que uso de referencia, es explícita en su
pág. 406: “Cristo no abolió expresamente ni la guerra ni la
pena de muerte”, pues “en otro caso, el evangelio lo hubiera
consignado claramente”. Sigue: después de pedir un respeto
para aquellos que se niegan en conciencia al servicio de las
armas “y aceptan al mismo tiempo servir a la comunidad de
otra forma”, da un giro copernicano guiñando un ojo a la
milicia acogiéndose al documento “Constitución sobre la
Iglesia en el mundo actual”, que reproduce: “Los que, en
servicio de la patria, se dedican a la vida militar,
ténganse también a sí mismos por instrumentos de la
seguridad y libertad de los pueblos; pues, desempeñando bien
esta función, contribuyen realmente a mantener la paz”.
Obviamente y es que, con las componendas que se quiera y los
matices introducidos por los últimos papas, fue Juan XXIII
(“El papa Bueno”, así llamado en contraposición supongo a
una caterva de ellos que fueron todo menos un ejemplo) el
que rompió la primera lanza con la encíclica “Pacem in
terris”, de 11 de abril de 1963 que encabeza esta columna y
que, desde entones, ha servido de paradigma para la teología
moral y el Magisterio de la Iglesia. El Concilio Vaticano II
(1965) demonizó por un lado y con toda solemnidad la “guerra
total”… pero sin condenar explícitamente el uso del arma
atómica. ¿En qué quedamos?, ¿o acaso es que una guerra
nuclear no es una guerra total?. Eso sí, se admite aunque
con restricciones el principio de la legítima defensa, que
los textos conciliares definen como “guerra defensiva”. Juan
Pablo II lanzó el sugerente concepto de “injerencia
humanitaria” bajo cobertura internacional para ciertos
supuestos conflictivos reconociendo, el 19 de noviembre de
2000 en su homilía sobre los militares y las fuerzas de
seguridad, algo evidente: “A veces esta tarea (pacificadora)
implica iniciativas concretas con el fin de desarmar al
agresor”. Ya. Tras los brutales ataques terroristas del 11
de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington y la
consiguiente respuesta, defensiva maticemos, de los Estados
Unidos atacando el Afganistán talibán en el ultimo trimestre
de dicho año, el Papa polaco intentó navegar recurriendo a
la solución del diálogo (¿cómo, con quién…?), aun cuando la
jerarquía católica norteamericana representada por sus
obispos cerró filas con la Administración Bush apoyando la
acción militar. Luego, con la polémica guerra de Irak
(tercera Guerra del Golfo, la primera fue el enfrentamiento
Teherán-Bagdad), Juan Pablo II se posicionó en contra (¿tras
otear la diplomacia vaticana el ambiente de la calle,
preocupado por los cristianos caldeos…?), criticando
finalmente el avanzado concepto de “guerra preventiva”
durante su mensaje anual por la paz en diciembre de 2002.
Pues vale.
Esto es lo que hay. Veremos que ocurriría si, un día, las
mesnadas terroristas de moda (no voy a ponerles nombre)
vuelan un día todo, o parte, de la Ciudad del Vaticano,
capital político-religiosa de la Iglesia Católica, con su
bizarra y florida Guardia Suiza dentro. Digo.
|