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OPINIÓN - DOMINGO, 25 DE ENERO DE 2009

 

OPINIÓN / SNIPER

Pacem in terris
 


José Luis Navazo
yebala06@yahoo.es

 

La última columna de ayer sobre “Catolicismo y guerra justa”, ha desencadenado en mi correo media docena de respuestas que intentaré zanjar con estas líneas. Estamos de acuerdo en que la postura de la Iglesia ha evolucionado en los últimos tiempos, pero la doctrina de la “guerra justa” sigue vigente en el Magisterio Católico.

La versión que manejo del “Nuevo Catecismo para Adultos” (versión íntegra del Catecismo Holandés, Editorial Herder, Barcelona 1969) y que uso de referencia, es explícita en su pág. 406: “Cristo no abolió expresamente ni la guerra ni la pena de muerte”, pues “en otro caso, el evangelio lo hubiera consignado claramente”. Sigue: después de pedir un respeto para aquellos que se niegan en conciencia al servicio de las armas “y aceptan al mismo tiempo servir a la comunidad de otra forma”, da un giro copernicano guiñando un ojo a la milicia acogiéndose al documento “Constitución sobre la Iglesia en el mundo actual”, que reproduce: “Los que, en servicio de la patria, se dedican a la vida militar, ténganse también a sí mismos por instrumentos de la seguridad y libertad de los pueblos; pues, desempeñando bien esta función, contribuyen realmente a mantener la paz”. Obviamente y es que, con las componendas que se quiera y los matices introducidos por los últimos papas, fue Juan XXIII (“El papa Bueno”, así llamado en contraposición supongo a una caterva de ellos que fueron todo menos un ejemplo) el que rompió la primera lanza con la encíclica “Pacem in terris”, de 11 de abril de 1963 que encabeza esta columna y que, desde entones, ha servido de paradigma para la teología moral y el Magisterio de la Iglesia. El Concilio Vaticano II (1965) demonizó por un lado y con toda solemnidad la “guerra total”… pero sin condenar explícitamente el uso del arma atómica. ¿En qué quedamos?, ¿o acaso es que una guerra nuclear no es una guerra total?. Eso sí, se admite aunque con restricciones el principio de la legítima defensa, que los textos conciliares definen como “guerra defensiva”. Juan Pablo II lanzó el sugerente concepto de “injerencia humanitaria” bajo cobertura internacional para ciertos supuestos conflictivos reconociendo, el 19 de noviembre de 2000 en su homilía sobre los militares y las fuerzas de seguridad, algo evidente: “A veces esta tarea (pacificadora) implica iniciativas concretas con el fin de desarmar al agresor”. Ya. Tras los brutales ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington y la consiguiente respuesta, defensiva maticemos, de los Estados Unidos atacando el Afganistán talibán en el ultimo trimestre de dicho año, el Papa polaco intentó navegar recurriendo a la solución del diálogo (¿cómo, con quién…?), aun cuando la jerarquía católica norteamericana representada por sus obispos cerró filas con la Administración Bush apoyando la acción militar. Luego, con la polémica guerra de Irak (tercera Guerra del Golfo, la primera fue el enfrentamiento Teherán-Bagdad), Juan Pablo II se posicionó en contra (¿tras otear la diplomacia vaticana el ambiente de la calle, preocupado por los cristianos caldeos…?), criticando finalmente el avanzado concepto de “guerra preventiva” durante su mensaje anual por la paz en diciembre de 2002. Pues vale.

Esto es lo que hay. Veremos que ocurriría si, un día, las mesnadas terroristas de moda (no voy a ponerles nombre) vuelan un día todo, o parte, de la Ciudad del Vaticano, capital político-religiosa de la Iglesia Católica, con su bizarra y florida Guardia Suiza dentro. Digo.
 

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