La libertad en el mundo retrocede
en 2008 por tercer año consecutivo. La crisis se ha tragado
también la rebeldía contra el sometimiento. Como antaño, hoy
también hacen falta liberar cadenas y forjar libertades como
derecho de todos y no privilegio de algunos. La autonomía
como persona, no es para soñarla, sin lugar a dudas, es para
vivirla. Por desgracia, por ejemplo, cada día somos menos
dueños de nuestra propia vida. La inseguridad del mundo nos
acorrala, aunque se nos diga que los ciudadanos gozan de una
libertad sin precedentes para viajar, trabajar y vivir donde
quieran. Cuestión esta última que no es del todo cierta,
salvo la ciudadanía europea que juega con ventaja en este
espíritu migrante que tenemos los humanos para mejorar de
vida.
Hay otras libertades además, como pueden ser la de expresar
libremente las ideas, la libertad de cátedra o de enseñanza,
de convicciones religiosas, que también exigen una
permanente tutela de los Estados a un derecho inalienable,
innato, que no admite parcialidad alguna respecto a un
grupo, en detrimento de los demás, como a veces pasa.
El retroceso de la libertad es siempre una mala noticia.
¡Qué menos poder pensar y hablar sin hipocresía! Por
desdicha, en muchas ocasiones el derecho se supedita a
determinados poderes. También en los países democráticos. En
España, el disfrute de esa libertad también ha reculado, en
la medida que no funcione una seguridad pública capaz de
prevenir y sancionar con efectividad cualquier tipo de
amenazas, o tengamos un poder judicial incapaz de resolver
los conflictos con celeridad. No puede darse libertad bajo
un clima de mentiras como el actual. Quizás por ello abunden
tantos predicadores de libertad, porque la prisión es
manifiesta. Ciertamente, se precisa que cada persona tenga
derecho a ser lo que es según su conciencia, a poder pensar
y propagar sus ideas. Y todo esto en virtud de la plena
dignidad de la persona humana.
La realidad es que prevalecen situaciones de poder en vez
del auténtico servicio al bien común. El aluvión de
actitudes sectarias, de resentimiento y rechazo a los que no
piensa como las mayorías, es algo público y notorio. Resulta
imposible, pues, que se llegue a una eficaz cultura de la
paz, mientras no se active la auténtica libertad de vivir y
dejar vivir; de hacer lo que se debe, en lugar de lo que se
quiere. Cuando se gana en libertad el progreso camina por si
mismo. Seguro que nos ayudaría a salir de este brete, donde
la esclavitud de manera solapada ha vuelto a nacer.
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