«Entonces se acercaron y echaron mano a Jesús, y le
prendieron. Pero uno de los que estaban con Jesús,
extendiendo la mano, sacó su espada, e hiriendo a un siervo
del sumo sacerdote, le quitó la oreja. Entonces Jesús le
dijo: Vuelve tu espada a su lugar; (...) ¿Acaso piensas que
no puedo ahora orar a mi Padre, y que él no me daría más de
doce legiones de ángeles? ¿Pero cómo entonces se cumplirían
las Escrituras, de que es necesario que así se haga? (...)
Mas todo esto sucede, para que se cumplan las Escrituras de
los profetas. (...)»
En el pasaje leído vemos a Jesús enfrentado a una situación
extrema. Él sabía que esto significaba el comienzo del fin.
Había que debía morir para que el plan de salvación para la
humanidad se concretara. Hermanos, tengan la certeza de que
nuestro Señor vivió momentos en que deseó no enfrentarse a
la prueba más dura: la separación espiritual con su Padre
Celestial a causa del pecado. Pero se sometió al Espíritu
Santo a tal grado que entendía y obedecía la voluntad del
Padre.
Nuestro Señor tenía la seguridad de que si en algún momento
quería renunciar a todo Su Padre inmediatamente lo liberaría
de todo, pues el sacrificio de Cristo fue, en todo tiempo,
un acto voluntario. Pero también sabía que el pedir al Padre
que lo salvara sólo hubiera frustrado el programa divino.
Las Escrituras que predecían la entrega de Jesús, sus
padecimientos, su crucifixión y resurrección, habían de
cumplirse. Y Jesús lo entendía aun en su humanidad, y además
lo procuraba, pues el Nombre del Padre estaba involucrado.
El Señor fue dañado injustamente, pero siempre supo que esa
maldad humana estaba sólo logrando cumplir el plan designado
por Dios. El Señor sabía que sus padecimientos eran por la
maldad humana. También sabía que el demonio estaba haciendo
todo para destruirlo. Finalmente, entendía que sus
sufrimientos eran porque era la única vía de reconciliar al
mundo con el Padre. Jesús se ofreció voluntariamente a darlo
todo para que fuésemos salvos. Las Tres Personas de la
Divinidad, unánimes como siempre, decidieron rebajarse por
amor a esta humanidad descarriada.
Cuando decidimos aceptar a Jesús como Señor y Salvador,
hicimos un acuerdo con Él: seguir sus pasos. Y tal como a Él
le sucedió, nosotros sus fieles muchas veces padeceremos por
causa de los demás, o porque Satanás se haya levantado en
nuestra contra o porque claramente Dios lo considere como
único medio para desarrollarnos en un área.
El peor problema en las tribulaciones es que el que las vive
cae en angustia, se desespera y eso nubla su razón y sus
decisiones. Como cristianos, debemos recordar siempre que
somos barro en manos del Alfarero, y Él tiene el soberano
derecho de hacer con nosotros lo que le parezca; y mientras
nuestros sufrimientos no sean provocados por asuntos ajenos
a Su Voluntad, entonces está bien.
Yo no sé qué gran dolor está tocando su vida, sólo sé que
como Jesús, debe tener la certeza de que Dios puede enviarle
legiones de ángeles para sacarla inmediatamente del hoyo en
el que se encuentra, pero antes deben cumplirse las
Escrituras en ti.
“Tú, pues, sufre penalidades como buen soldado de
Jesucristo.”
Palabra fiel es esta: Si somos muertos con él, también
viviremos con él; Si sufrimos, también reinaremos con él;
puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe,
el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz,
menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono
de Dios.
Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores
contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta
desmayar. Porque aún no habéis resistido hasta la sangre,
combatiendo contra el pecado.
He aquí, tenemos por bienaventurados a los que sufren.
Habéis oído de la paciencia de Job, y habéis visto el fin
del Señor, que el Señor es muy misericordioso y compasivo.
Porque esto merece aprobación, si alguno a causa de la
conciencia delante de Dios, sufre molestias padeciendo
injustamente. Pues ¿qué gloria es, si pecando sois
abofeteados, y lo soportáis? Más si haciendo lo bueno
sufrís, y lo soportáis, esto ciertamente es aprobado delante
de Dios.
Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo
padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis
sus pisadas; el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en
su boca; quien cuando le maldecían, no respondía con
maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la
causa al que juzga justamente; “
Pedro Mariscal Rojas
Hermano Mayor
Cofradía del Stmo. Cristo de la Encrucijada y
María Satma. De las Lágrimas
Ceuta 23 de Enero de 2009
CEUTA
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