Matadlos a todos, que Dios ya
escogerá a los suyos”, gritó el Santo Padre de Roma para
justificar la matanza de mujeres y niños en la Cruzada
contra los herejes. En espuria cohabitación con el Estado
desde los tiempos de Constantino El Grande, a inicios del
siglo IV, la misma creación de los Estados Pontificios o sus
inconfesables alianzas con regímenes filofascistas en la II
Guerra Mundial, la Iglesia Católica, Apostólica y Romana
siempre ha dado cobertura ideológica a las guerras que le
interesan aunque, en Oriente Medio, regularmente se ha
dejado llevar por una postura antiisraelí basada,
seguramente, en históricos prejuicios religiosos. Pero en
realidad, ¿cuál es la postura oficial del magisterio
católico sobre la guerra…?
Partiendo de la existencia del cuerpo de Capellanes
Castrenses, cuyo misión no es otra que dar consuelo
espiritual a unas Fuerzas Armadas formalmente cristianas y
que ¡aun desfilan!, a paso lento, en las procesiones de
Semana Santa, podríamos inferir que la Santa Madre Iglesia
apoya tácitamente las guerras en las que pudieran pelear
“sus” soldados. Aun no siendo creyente, no dejan de
emocionarme los compases de “La muerte no es el final”… pero
no estamos hablando de ello. Agustín, Obispo de Hipona (la
antigua Cartago) ya justificaba la defensa del Imperio y el
visigodo Isidoro de Sevilla (560-636) legitimaba la guerra
mientras que, a la vez, defendía doctrinalmente en el 4º
Concilio de Toledo la sugerente doctrina del “Principio de
la rebelión al gobernante” pero tenemos que esperar a Tomás
de Aquino quien, inspirándose en Aristóteles y en algunos
Padres de la Iglesia, articuló en su obra todo un corpus de
principios en torno a la legalidad y legitimidad de la
guerra justa bajo los principios de la Escolástica. A
caballo entre la Baja Edad Media y el Renacimiento, otros
dos insignes dominicos mantuvieron interesantes tesis:
Bartolomé De las Casas (1474-1556) defendió tanto la “guerra
justa” como la legitimidad de la rebelión india contra la
ocupación colonial española de América (1542: discurso ante
los Reyes Católicos en Valladolid) y Francisco de Vitoria
(que da nombre en nuestros días a una conocida asociación de
jueces) llegó a exponer ante Carlos I de España y V de
Alemania, el 18 de junio de 1539, su discurso universitario
relativo a la “Reelección sobre la Guerra Justa”, en torno a
dos principios: la guerra defensiva siempre es justa y, en
cuanto a la ofensiva, para serlo debe reunir tres
principios: ser declarada por una autoridad legítima, en
origen o ejercicio; defender una causa justa, contra
aquellos que violan los derechos fundamentales de la
persona; y rectitud de intención: “guerra justa es aquella
llevada a cabo por una autoridad legítima, destinada a
defenderse de una agresión o reponer un derecho natural
vulnerado con el objeto final de lograr una paz duradera”
(sic). No viene ahora el caso pero Francisco de Vitoria
abogó brillantemente, dentro de la ortodoxia católica, por
la práctica del “tiranicidio”, defendible bajo ciertos
parámetros.
Doctrinalmente pues, entiendo que la Iglesia Católica
mantiene en su Magisterio y praxis el recurso a la guerra
justa. Puesto que soy agnóstico y laicista, aunque
respetuoso con los creyentes, remito al lector a una
interesante cita, ni bíblica ni coránica, sino del griego
Demóstenes, oportuna en los belicosos tiempos que corremos:
“La guerra se hace contra aquellos que no pueden ser
detenidos por la justicia”. Y el que quiera entender, que
entienda. Visto.
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