Elemento y principio de las cosas,
el agua exige una gestión a nivel global. Ya lo dijo Goethe:
“¡Como te pareces al agua, alma del hombre! ¡Como te pareces
al viento, destino del hombre!”. Por ello, el que delegados
de unos sesenta países hayan dispuesto reunirse para debatir
un plan de acción mundial adaptado a los cambios que
influyen en su forma de gestionar los recursos hídricos, me
parece un pase adelante importantísimo. Esta crisis
ecológica es más de lo mismo, consecuencia de que la
libertad y la tolerancia están frecuentemente separadas de
la verdad. El enemigo del agua es el hombre mismo, que
empecinado en un desarrollo industrial insostenible, hace
bien poco por detener la contaminación de ríos, lagos y
mares. No se puede seguir con esta atrocidad. El gran
avance, y también la gran apuesta de todo ser humano, pasa
por conciliar los sistemas productivos a la naturaleza, que
debe ser más protegida.
La población mundial franqueará de los cerca de 6 500
millones de personas actuales a más de 9 000 millones en
2050. Se trata de un gran desafío para la agricultura
mundial: producir más alimentos para una población creciente
usando de manera más eficaz unos recursos hídricos limitados
y con las amenazas del cambio climático.
La gestión del agua será un problema global, ya lo es en la
medida que tenemos la obligación moral de asegurar que los
países reciban la asistencia financiera y técnica que
necesitan para adaptarse al cambio climático y para generar
mejores condiciones de vida para su gente. Integrando de
forma globalizada el respeto y el buen uso del agua en los
sectores agrícola e industrial, podemos solucionar desde la
seguridad alimentaria a la reducción de la pobreza, desde la
sostenibilidad medioambiental a la energía limpia y el
saneamiento urbano.
En algunos países, las personas dependen exclusivamente del
clima.
Las largas sequías o las tormentas que todo lo destruyen a
su paso, incrementan la necesidad de auxilio y la provisión
de alimentos de emergencia para poder subsistir. Está visto
que los países industrializados son responsables del dióxido
de carbono. Hay que reducirlo al máximo en todo el mundo. En
este sentido, es una buena noticia que el reciente plan
español para el estímulo de la economía y el empleo cuente
con un paquete de medidas para el sector de la energía y la
lucha contra el cambio climático, como es el plan de ahorro
y eficiencia energética, incentivar la sustitución de
vehículos con más de diez años de antigüedad por otros
nuevos menos contaminantes, el acuerdo con Francia para
doblar nuestra interconexión eléctrica, el plan de energías
renovables, etc. Llevar esto a buen término, más allá de lo
escrito, es tan preciso como urgente.
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