En ocasiones, allá en los tiempos
de Maricastaña, cuando la vida de la ciudad transcurría por
cauces bien distintos, Manolo y yo éramos capaces de
estar en desacuerdo con ciertas situaciones sin perder la
compostura. Nos gustaba la noche y la vivíamos de manera
diferente. Pero jamás tuvimos ningún contratiempo.
Ahora, cada dos por tres, nos sentamos en cualquier
cafetería para charlar. Y, dada la antigüedad de nuestras
relaciones, no podemos permitirnos el lujo de echarnos un
pegote. Así que sin haber habido acuerdo al respecto, nos
guardamos muy bien de jugar de farol durante la cháchara que
sostenemos en nuestros encuentros.
Un día, de hace ya bastantes años, en momentos económicos
difíciles para mí, acudí al comercio del cual era Manolo
Blasco propietario, a fin de venderle publicidad; y a pesar
de que no la necesitaba, no dudó lo más mínimo en
contratármela. Aquel detalle sigue alojado en el más
destacado anaquel de la alacena de mi memoria.
No ha mucho Manolo pasó por un mal trance y lo superó con
creces. Y lo hizo con un silencio espartano. Hasta el punto
de que cuando pude enterarme del arrechucho suyo ya había
pasado lo gordo. Y decidimos celebrarlo con la sencillez que
su convalecencia requería. Prescindiendo, como debe ser, de
recrearnos en la suerte de su dolencia.
Y, como todo en esta vida es cuestión de impresiones, a
partir de ese momento mi afecto por Manolo Blasco aumentó en
la medida que me hice a la idea de tener ante mí a alguien
con más valores de los que dejaba entrever. Lo cual, en
cierto modo, me condiciona a la hora de juzgarlo como
persona perteneciente al Partido Popular. Aunque no me ciega
el conocimiento: por ello sé que muchos son en el partido
los que no pueden ver a Blasco ni en pintura. Por haber dado
pruebas evidentes de lealtad a Pedro Gordillo.
Esa actitud, de firmeza incuestionable, trabajando siempre a
favor de la candidatura del Presidente del partido, lo ha
puesto en el punto de mira de quienes lo consideran urdidor
de una trama que impide el progreso de cualquier movimiento
que surja con el fin de acabar con la primacía del ya
referido Gordillo. Lo que no impide que sus enemigos más
acérrimos le reconozcan a MB que su trabajo, ellos le llaman
de fontanería, es fundamental y que sin él ellos habrían
tenido más suerte en los momentos decisivos. Es decir,
cuando trataban de hacerse con el poder absoluto.
Yo no sé el tiempo que lleva Manolo militando en las filas
del partido que viene ganando elecciones por mayoría
absoluta, pero una cosa parece clara como los chorros del
oro: cuando la línea marcada por los gerifaltes que unidos
están consiguiendo mantener al partido en posiciones de
privilegios se ve acosada, dicen que Blasco es capaz de
hacer virguerías con el teléfono portátil.
O sea, cuando ese teléfono toca a rebato acuden presurosos
todos los militantes de la fuerza encargada de evitar que se
produzcan cambios indeseados. Una labor de interioridades de
partido sólo apreciable por los líderes ganadores y por los
perdedores. Porque éstos darían cualquier cosa con tal de
ganarse la voluntad de Blasco.
A mí me interesa más la amistad del Manolo de antaño. Que es
la que trato de mantener. Y no de quien es capaz de andar
por la sentina del poder como Pedro por su casa.
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