El paso del autobús por la reformada y maquillada calle Real
dejó de ser ayer por la mañana una fabulación mental para
convertirse en el principio de una realidad. Había que ver
las caras de los anónimos por la vía, el alborozo de un
grupo de colegiales que iba en excursión por el centro, y la
parálisis de las señoras mayores, que comprobaban cómo sus
reivindicaciones se convertían por arte de birlibirloque en
una visión tangible, como las páginas de un cuento que al
abrirse escupe un castillo de cartón. Uno se queda luego
mirando las fotos y dice, ‘el autobús hasta le sienta bien a
esta calle’. Los técnicos y directivos de Hadu Almadraba
ponían toda la atención durante el ensayo oficial, le daban
un trato primoroso a una decisión de la Ciudad. Y al que no
le guste, que deje de votar a Vivas en las próximas
elecciones, no hay otra. Pero esta exótica estampa puede
transformarse en una chapuza si por allí empiezan a cabalgar
los taxis como tienen acostumbrado a hacerlo por el resto de
la ciudad. Decía mi amiga Blanca Vallejo, la presidenta de
la Asociación de Vecinos del Centro, que los vecinos tenían
también derecho a gozar de taxis por allí. Pero estoy en
desacuerdo y la corriente me lleva a pensar más como la
‘Plataforma del Centro’, que se ha cerrado en banda ante
esta posibilidad. Existen varias intersecciones en la calle
Real para que los taxis puedan parar. Y hay otras muchas
zonas de la Ciudad en las que el taxi tampoco te deja en la
puerta de casa, por ejemplo, el Revellín. Lo del autobús es
hasta seductor, pero lo de convertir una calle Real, que ha
quedado de dulce, en la autopista del Dakar ya no me gusta,
y más, teniendo en cuenta que todas las capitales españolas
tienden cada vez más a peatonalizar el centro, cerrando las
puertas a la contaminación y abriéndolas al comercio y a una
algarabía de sabor ciudadano.
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