Permitan los lectores el juego de
palabras, pero así creo que el titular guarda más énfasis
porque el cambio es histórico y, con su nombramiento, el
primer presidente negro de ese gran país -y firme aliado-
que son los Estados Unidos de Norteamérica pone una Pica en
Flandes contra el racismo y la intolerancia, abriendo su
desembarco en la Casa Blanca las puertas de la esperanza y
la ilusión como poderosos motores del la magia del cambio.
La herencia de la anterior Administración republicana es
complicada aunque en descargo del Presidente saliente,
George Bush, digamos que le tocó bailar con la más fea,
teniendo que enfrentarse a una artera situación de guerra no
declarada por parte del islamismo radical y terrorista, los
mismos islamistas que la Administración Carter (un
mandatario errático y débil, el Jimmy) apoyó torpemente
durante un tiempo en Afganistán. De aquellos polvos vienen,
en parte, estos lodos…. Aun recuerdo las palabras de Bush en
el Congreso el 20 de septiembre de 2001, pocos días después
del 11-S: “No me rendiré”. Y en verdad, con mejor o peor
acierto, no lo hizo. Ahora, Obama debe enfrentarse a un
doble reto: dentro de los Estados Unidos debe reactivar la
economía y devolver la confianza a una población
desencantada, abordando quizás importantes cambios
estructurales como son la puesta en marcha de una sanidad
pública, una gran revolución pendiente, mientras acomete
-con las arcas vacías- una problemática promesa electoral,
el recorte de impuestos a la potente clase media, columna
vertebral del país. ¿El mayor problema?: el déficit
presupuestario, que podría alcanzar este año los mil
millones de dólares y la enorme deuda externa financiada
hasta el momento, paradojas de la geopolítica, por China. En
el frente exterior, deberá ralentizar la salida de las
tropas de Irak (una marcha precipitada sería el camino más
directo al desastre), a la vez que ordena aumentar los
efectivos en Afganistán, única forma de ganar de una vez por
todas la guerra batiendo a un enemigo fanático y tenaz,
maestro en el empleo indiscriminado del arma terrorista.
¿Los mayores problemas?: bien, liderar un amplio abanico de
países en torno a los valores occidentales, tendiendo la
mano a Rusia (Moscú es una llave clave en un marco de
seguridad compartido), incluir a potencias emergentes (como
Brasil e India) en la toma de decisiones compartidas y no
dejar, finalmente, fuera de juego a China. En cuanto al
Islam, demográficamente en alza pero políticamente a la baja
en cuanto la dependencia de petróleo empiece a disminuir,
(el oro negro ha sido y es la sangre de la “daw´a”… y del
terrorismo yihadista) deberá implementar la colaboración con
los países moderados, apoyándolos hacia un desarrollo social
estable mientras se arbitran conjuntamente los medios para
contener, aislar y erradicar las corrientes islamistas (a la
hora de la verdad, el islamismo nunca es moderado), sin
capacidad de alternativa real salvo su demagógico y
manipulador recurso a la religión.
En efecto, los retos a los que se enfrenta el nuevo
mandatario, dentro y fuera del país, son también
formidables, dependiendo su éxito y en gran medida el
liderazgo del país en la forma en que asuma los ineludibles
cambios. Obama ya está en la Casa Blanca, démosle cordial y
efusivamente la bienvenida. Sí, me confieso públicamente: yo
también hubiera votado a Barack Hussein Obama para
Presidente de los Estados Unidos de Norteamérica.
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