Muchas veces he dicho que a mí me
chifla pasear por el centro de Ceuta. Me ilusiona caminar,
recreándome en la suerte, desde la plaza de África hasta la
de Azcárate. Y, si se presenta la ocasión, tampoco me privo
de darme un garbeo por el paseo de la Marina. Lo llevo
haciendo ya muchos años, durante varios días a la semana.
Durante esos paseos, caso siempre avanzada ya la mañana, me
comunico con muchas personas. Un saludo por aquí, otro por
allá; ora me paran para consultarme algo; ora paro yo a
alguien con quien deseo trabar conversación, y así
sucesivamente el recorrido adquiere visos de plazuela
griega.
Todo lo cual responde, tópicamente, a la locuacidad de la
raza mediterránea, o como queramos llamarla. En realidad, el
disfrute consiste en dialogar, en intercambiar impresiones,
en recibir muestras de agrado o la inversa; y asimismo en
darme cuenta de que hay personas, otrora dispuestas a pegar
la hebra conmigo, que en ciertos momentos me miran torva.
Escribir una columna diaria, dando mi carita junto a ella,
en una ciudad donde casi todos nos conocemos, es exponerme a
que haya lectores que me tomen manía, que disientan de lo
que digo, que me expresen su disgusto porque crean que me he
quedado corto en la denuncia contra algún político, y hasta
que me reprochen el tratamiento laudatorio que, según ellos,
suelo dispensarle a Juan Vivas. Y qué decirles a
ustedes si se me ocurre regalarle algún ditirambo a Pedro
Gordillo.
El lunes pasado, en la Avenida de Sánchez-Prados, cuando
pasaba junto a la parada de taxis, me llamó un taxista y
allá que acudí presto a su encuentro. Lo conocía, como
conozco a muchos otros compañeros suyos; estaba en el
interior de su vehículo y tenía entre las manos “El Pueblo
de Ceuta”. Un ejemplar del domingo.
Me dijo que le había gustado mucho la columna titulada “Ocho
años como presidente de la Ciudad”, dedicada a Vivas; pero
que consideraba que yo le había hecho la pelotilla... El
taxista gusta de leer y escribir. No es la primera vez que
le publican relatos suyos y algún que otro artículo en los
periódicos. Y tiene todo el derecho del mundo a decirme,
como lector mío que es, lo que le gusta y le disgusta.
Máxime si lo hace con la educación que puso en su crítica.
Con la misma educación, le respondí yo que jamás cuando
escribo del presidente de la Ciudad mi adulación, si existe,
es interesada. Porque nada le he pedido nunca ni nada deseo
tenerle que pedir durante los años que me queden de vida. Y
además lo puse al tanto, por si él no lo sabía, de algo que
es de dominio público, por haberlo escrito, una y otra vez
-también el domingo pasado-, que mis relaciones
profesionales con Vivas, que las tuvimos, siempre terminaron
causándome problemas. Y que yo no tengo la menor relación
con él. Y que cuando coincidimos en algún sitio, nos
mostramos fríamente educados.
Eso sí, respeto que el taxista esté harto de oír el nombre
de Vivas a todas horas, todos los días, y en todos los
medios. Respeto que el taxista esté cansado de verle en
todos los actos. Y entiendo que se sienta abrumado por
tantas alabanzas como recibe Vivas. Pero a mí me corresponde
enjuiciarle acorde con la impresión que éste me causa como
presidente de la Ciudad. Y no hay nada más.
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