Hace veintiocho años lo conocí
cuando trabajaba en el Club Náutico CAS. Que es lo que ha
venido haciendo desde que era un niño: trabajar. Entonces
gozaba él de la amistad de quien regentaba el restaurante:
Alberto Martel. Mi siempre recordado amigo. Para mí
era Antoñito. Y cada día, como cliente fijo de la
casa, yo requería su presencia porque siempre tenía la
sonrisa presta y los mejores deseos de atendernos.
Antonio Barceló ha echado los dientes trabajando en la
hostelería. Un día, de hace ya quince años, consiguió que le
concedieran la explotación del Centro Gallego, sito en un
patio de Las Murallas Reales. Y muy pronto nos apercibimos
que allí reinaba ya su impronta. Que el restaurante
funcionaba muy bien. Y que comer en el Centro Gallego era
una gozada.
Antoñito, así lo sigo nominando todavía, es un hombre bueno.
Un hombre que, cuando comenzaba a disfrutar de los
resultados de la extraordinaria labor que estaba
desarrollando en su restaurante, recibió un golpe bajo. Le
ocurrió algo que a los padres nos aterra. Porque queremos
que nuestros hijos nos sobrevivan y sean ellos los que estén
presentes en nuestro último adiós.
Antonio Barceló, Antoñito para mí, anduvo un tiempo con el
dolor desbocado. Parecía, y no era para menos, que estaba a
punto de derrumbarse. Pero lo salvó su actividad. El saber
que los clientes necesitaban verle con la misma agilidad de
costumbre. Con los mismos deseos de contentar a cuantas
personas acudían al Centro Gallego.
A veces lo veía por la calle con aire acentuado de ausencia,
de sonambulismo... Pero me consta que se transformaba,
radicalmente, en cuanto se adentraba en su negocio. Se comía
la pena. Y lograba domeñar su amargura para no molestar a
quienes acudían al restaurante. Y Antoñito acabó superando
una prueba muy dura.
Fechas atrás, nos cruzamos por el centro y observé que mi
amigo iba como ido. Llamé su atención y me pidió las
correspondientes disculpas por no haberse percatado de mi
presencia.
-Perdona, Manolo, pero iba pensando en mis cosas...”.
Como tenemos confianza, me interesé por sus cosas... Y quedé
enterado de los motivos por los cuales Antoñito ha vuelto a
perder el sueño. Resulta que le han quitado el aparcamiento
de los coches en su restaurante. Le han cerrado el paso a
los vehículos. Sin que nadie le dijera lo más mínimo.
Fue a pedirle explicaciones a la consejera de Medio
Ambiente, Yolanda Bel, y ésta le dijo que comprende la
injusticia de lo que le ha pasado, pero que tendrá que
aguantarse. Y Antoñito le ha rogado que al menos, durante
las horas de comida y cena, se quite uno de los maceteros
que impiden el acceso de los coches, ya que no existe motivo
alguno para negarle esa petición. Y Bel le ha dicho que
nones. Y las ventas han bajado en un porcentaje altísimo. Y
de ese restaurante dependen cinco familias. Y, claro,
Antonio Barceló ni come ni duerme y anda confuso.
Estimada consejera: casos así son los que deben resolver los
políticos. Porque ustedes han de pensar, sobre todo, en lo
que pueden hacer por los demás. De no ser así, habrá que
asumir que ustedes sólo piensan en sí mismos. Y ello hace
posible que uno sienta... rabia infinita y que arda en
deseos de despotricar.
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