Los deberes para estos escolares comienzan cada día de labor
pasadas las 7.00 horas. Suena el despertador para los
padres. Preparan el desayuno, despiertan a sus hijos, meten
los libros en la maleta y a eso de las 8.20 ponen rumbo al
colegio Santa Amelia con la idea de llegar a las 9.00 a la
primera hora de clase. Pero el trayecto de estos niños es
distinto al del resto de escolares ceutíes. Desde Cabrerizas
tienen que descender pegados a la margen izquierda de la
carretera y evitar el soplido de los camiones y los coches
militares. “Cuando no hay quitamiedos nos metemos en las
cunetas”, comenta Samira, la portavoz vecinal; cunetas de
cemento por donde transcurre el agua de la lluvia y en
algunos tramos, también el fango acumulado. “Hay veces que
te da hasta vergüenza dejar al niño en clase, por como va de
empapado”. Muchas veces, aseguran sus padres, no pueden ni
hacer gimnasia porque tienen los zapatos mojados; otras, les
cambian los calcetines antes de entrar al aula.
Ellos reclaman un transporte urbano, para que se beneficien
todos los vecinos o, en su defecto, un transporte escolar
gratuito. “Cuando era pequeño -dice el marido de Samira-
refiriéndose al año 75 aproximadamente- el autobús subía
hasta el Mirador de Isabel II, donde está ‘el Sahavito’ para
recoger a los niños y luego daba la vuelta y nos llevaba
hasta el colegio”. Ahora no hay niños allí y, según explican
los vecinos, la Ciudad argumenta que no hay espacio para que
el bus dé la vuelta. Ellos replican. “Mira, puede darla en
Cabreriza Baja, donde está Hoarce; o en Cabreriza Alta, allí
donde entran esos camiones”. Ellos sí ven soluciones, “pero
el Gobierno, no. Aquí vinieron en la época de las elecciones
y no han querido volver a saber nada de nosotros. Mabel Deu
nos dijo que nos atendería, pero hasta hoy no nos han dicho
nada y mira que el tema lo trató hasta la portavoz, Yolanda
Bel, que salió hablando de aquello en su momento en rueda de
prensa. Me acuerdo perfectamente”, detalla Mohamed, tío de
Samira. Ésta explica que cada vecina suele tener más de un
crío y que muchas veces tienen que echarse las maletas a la
espalda porque sus hijos empiezan a padecer de la columna
por las caminatas.
“Nuestros maridos podrían llevarlos a la escuela, pero ya lo
hizo una vez y le quitaron parte del sueldo, porque no puede
faltar al trabajo”, dice Samira. Son de la barriada
Cabrerizas, una zona descabalgada del Serrallo, unos metros
pasado el restaurante ‘El Bartolo’. En la falda de un
terreno con mucha pendiente viven algo más de 100 personas,
casi 40 de ellos tienen edad de ir al colegio. Las más
mayores ya han abandonado la escuela y van al instituto. Al
kilómetro de bajada por el Serrallo tienen que sumarle luego
las esperas del autobús para llegar hasta el Instituto
Almina. “Y eso que nos deja en Hadu el bus”, por lo que
también tienen que caminar un rato más. En su recuerdo
también está una familia que vive en Cabreriza Alta y otra
que desciende desde la curva de la Viuda. “Yo los veo bajar
y me dan mucha pena”, dice el marido de Samira.
Una de las adolescentes asegura que les da vergüenza cuando
tienen que decirle a sus amigas que a las 18.00 tienen que
estar en casa. “Quién se atreve a subir cuando ya no hay
luz”, pregunta. Ni clases particulares, ni ocio más allá del
tiempo de luz. “Tendríamos que tener un autobús por la
mañana, otro por la tarde y otro por la noche, como
antiguamente”, dice Samira. “El taxi vale caro y no estamos
para pagarlo todos los días”. La tarea para estos escolares
empieza antes de entrar en clase.
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