Febrero de 2001. Día 6. El Gil
pierde la presidencia de la ciudad de Ceuta. ¡Albricias!
¡Aleluya! ¡Vivan las madres de todos los que han hecho
posible tal cosa! Sí, no creas tú que soy tan lerdo como
para creerme que los disidentes del ‘gilismo’ lo son porque
han querido prestar un gran servicio a Ceuta a cambio de
nada. Pero, aunque se lo hayan llevado calentito, me da
igual. La única verdad es que han hecho posible que
Antonio Sampietro pierda la presidencia y se vea
obligado a darse el bote. A poner pies en polvorosa; vamos,
a najarse.
Mi interlocutor, sentado frente a mí a una mesa en la
cafetería Real, no estaba de acuerdo con mis expresiones de
alegría ante la buena nueva. Se endemoniaba pensando que la
caída de Sampietro facilitaba el acceso de Juan Vivas
a la presidencia. Y rezumaba rencor por todos sus poros. Le
podía el sentimiento de hostilidad y venganza, porque se
acordaba de lo que... se acordaba. Mientras yo seguía
festejando lo ocurrido.
Quien dialogaba conmigo, aquel 7 de febrero, del año ya
reseñado, o sea, al día siguiente del voto de censura, no
pudo contenerse y me recordó con deleite mi tormentoso
pasado con quien pronto sería investido presidente de la
Ciudad. No en vano, se sabía al dedillo los desencuentros
que habían ido surgiendo en mis relaciones profesionales con
el hombre elegido para evitar que Ceuta se hundiera en el
abismo de los escándalos políticos. Sin que por ello hiciera
mella en mi satisfacción por el cambio que se iba a
producir.
En Juan Vivas Lara no creía nadie. Ni los suyos creían que
pudiera ser ese presidente capaz de gobernar con tino y
hacer de la prudencia un arma con la que devolver al PP la
credibilidad que había ido perdiendo en la ciudad a pasos
agigantados Y, desde luego, las lumbreras con despacho en la
calle Génova ni siquiera podían imaginarse que Vivas, un
recién llegado al partido, se convertiría en un político que
arrasaría en las urnas y además se ganaría un prestigio
enorme a escala nacional.
En febrero se cumplirán ocho años de la llegada de Javier
Arenas a Ceuta para presidir la investidura de Vivas como
presidente de la Ciudad. Todo un acontecimiento. En esta
ocasión dejaré a un lado lo que pensaba Arenas, entonces, de
Vivas. Puesto que todos tenemos el derecho a equivocarnos
cuando hacemos juicios temerarios y precipitados. Y bien que
lo habrá sentido el presidente del PP en Andalucía.
En esta ocasión, lo que quiero destacar es que la
popularidad de Vivas sigue intacta. Que el consabido
desgaste del poder parece que no le afecta a él. Por más que
haya cometido errores y haya dejado ver sus carencias y sus
defectos más acusados, durante los ocho años que lleva
presidiendo el Gobierno local. Faltaría más. Pues de lo
contrario estaríamos hablando de un ser superior.
Pero hay más. La reciente visita del presidente ceutí al
Palacio de la Moncloa ha vuelto a poner de manifiesto, por
si alguien lo dudaba, la enorme diferencia que existe entre
Imbroda y Vivas. El primero es incapaz de disimular
que considera a los socialistas más que adversarios
políticos enemigos acérrimos. Y, claro, los socialistas
procuran mantenerlo a raya, e incluso esquivarlo. Lo cual
perjudica gravemente a los melillenses. El segundo consigue
logros sin despeinarse. Procura caer bien y beneficia a
Ceuta. Albricias, pues.
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