El 28 de enero de 1943 un avión con 7 tripulantes procedente
de Gibraltar con destino Oriente Próximo se estrellaba en
Ceuta. Todas las personas que se encontraban en el
bombardero fallecieron, eran aviadores que voluntariamente
se habían alistado con el bando aliado en la II Guerra
Mundial procedentes de varios países integrantes de la
Commonwealth. Los soldados fueron enterrados en Ceuta en el
cementerio de Santa Catalina. Poco más se habló del tema
hasta que, cincuenta y cinco años después, el grupo de
lápidas con inscripciones en inglés llamó la atención de un
funcionario de la administración de justicia de Ceuta, Luis
Oliva. Una situación personal emocionalmente más sensible de
lo habitual y una curiosidad “infinita” le llevaron a
desarrollar una investigación gracias a la cual el ceutí ha
podido atar casi todos los cabos sueltos de aquel accidente.
“Supongo que lo que me pasó a mí le podía haber pasado a
mucha gente- dice Oliva-, sentí curiosidad al ver los
nombres extranjeros en el cementerio y empecé a hacerme
preguntas.
Empecé a tirar de la madeja poco a poco y cuando me quise
dar cuenta me había pasado casi seis años buscando las
piezas de un puzzle que ni si quiera sabía si podría
reconstruir y para el que no tenía ningún tipo de guión, lo
iba formando a ciegas”, dice. “No sé si hay procedimientos
para hacer una investigación como esta, pero como era algo
que surgía de un interés personal y no un trabajo, podía
pasarme todo el tiempo que quisiera buscando”.
Lo primero que hizo fue preguntar al responsable del
cementerio y acudir al registro civil para buscar las
partidas de defunción, después pasó a la hemeroteca y allí
encontró una breve nota sobre el accidente. La información
local sobre el evento terminaba prácticamente ahí, todo lo
demás tuvo que buscarlo en archivos nacionales y
extranjeros, pero Oliva no se detuvo. Con muchísima
paciencia y, pagando todos los costes de su bolsillo,
contrató a una licenciada en biblioteconomía y documentación
que buscaba para él archivos relacionados con el suceso en
Madrid, y poco a poco empezó a reunir material. “En el
Archivo histórico del ejército del aire en Madrid solo
encontré dos papeles y curiosamente no los encontró la
persona que contraté”. Pasaba el tiempo y Oliva comenzó a
buscar en los países de origen de los tripulantes del
Handley Page Halifax DT586, el piloto neozelandés, y los
tripulantes: dos canadienses y cuatro británicos. Para aquel
entonces la investigación se había convertido ya en algo
personal, sobre todo a partir del momento en el que comenzó
a contactar con familiares directos de los integrantes del
vuelo.
“A lo largo de todo el proceso he tenido muchísima suerte,
sin saber lo que buscaba exactamente, rastreando en
distintos archivos de países tan lejanos llegué a contactar
con los familiares de todos ellos, muchos de los cuales me
enviaron cartas y fotografías originales de los soldados”.
Todo este proceso Luis Oliva lo hizo a la antigua usanza,
por carta, sin valerse de Internet ni el teléfono ya que él
mismo no habla demasiado inglés. “El inglés fue uno de los
grandes problemas con los que me encontré, de hecho
naufragué a la hora de encontrar un traductor que pudiera
pasar al español toda la documentación que recopilé sobre el
accidente por su elevado nivel técnico y la variedad de las
fuentes”, afirma. Así, aprovechando que estaba estudiando
filología inglesa, llegó a pagar el desplazamiento de su
amigo Jesús Damián Mateo a Inglaterra para que intentara
entrevistarse con el familiar de un soldado. “Yo no me veía
capacitado para ir allí con mi inglés, y tampoco era llegar
a Londres y buscar, sino que mi amigo tuvo que encontrar un
pueblecito bastante perdido en el oeste de Inglaterra”. El
estudiante de filología llegó al lugar acordado, en una
estación cercana a una antigua base de la RAF y después de
mucho esperar llegó una señora “muy mayor” conduciendo un
mini, era una de las sobrinas de uno de los aviadores
ingleses.
“Toda la gente con la que he contactado a lo largo en estos
años de trabajo siempre ha sido muy desprendida y me han
ofrecido su ayuda”, comenta Oliva mientras ojea los
borradores de su investigación, uno en inglés y otro
traducido ya al castellano, mientras rememora los momentos
en los que estaba investigando. Ahora, con el libro en el
que ha volcado toda la información listo para ser publicado,
se para a pensar que le gustaría editarlo él mismo por el
mero hecho de devolverles el favor a los familiares de los
aviadores. “Esto lo he hecho por interés personal y no como
nada profesional, pero ahora me siento en la obligación de
hacer algo por todas las personas que me han ayudado a
recopilar la información. La mayoría de los familiares con
los que me he carteado todavía me envían felicitaciones por
navidad”.
Los familiares, que recuerdan muy poco de sus soldados, a
parte de que eran muy jóvenes y se alistaron de forma
voluntaria, han inducido en Oliva la pregunta que mucha
gente se ha hecho sobre estos soldados: ¿Por qué se
alistaron?. Aunque había soldados de estratos sociales
distintos entre los siete, algunos de ellos tenían la vida
resuelta; por ejemplo, uno de ellos era el hijo de un
importante doctor que tenía una clínica privada. Otro, al
más puro estilo del largometraje Salvar al Soldado Ryan
perdía a sus dos hermanos en campo de batalla en el
transcurso de la guerra. “Aquellos chicos realmente murieron
porque lo único que querían era defender la democracia y
eso, aún hoy, impresiona”, dice Oliva.
La mayoría de los familiares de los integrantes del vuelo
Halifax DT586, desconocían en su día el lugar exacto donde
perecieron sus hijos, hermanos o sobrinos. Debido a la
política de la Commonwealth, que entierra a los soldados en
el lugar donde fallecen, no pudieron recuperar sus restos.
Pero gracias al trabajo de Luis Oliva, al menos dos de los
familiares de uno de los jóvenes pisaron Ceuta recientemente
y visitaron el lugar donde los siete descansan desde
entonces.
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